Porque lo que empezó como una utilización de informaciones de extrañas e inconfesables orígenes para perseguir cierta corrupción política ha desembocado en que no hay español que haya destacado en algo, seguro de su intimidad porque Villarejo y sus hombres le han podido espiar y tienen alguna que otra cinta con sus conversaciones con amigos, socios, familiares o compañeros.
Era tal la “enfermedad obsesiva” del citado ex policía que cualquier cosa era susceptible de ser grabada, para su posterior explotación comercial, dineraria o no, pero si en su beneficio.
La lista de damnificados, culpables o no es de tal calibre que nadie escapa al temor de que en su momento aparezca en alguna grabación y se le acabo la tranquilidad familiar, social y profesional. Hasta el momento, los damnificados por los tribunales de papel son tantos que la lista sería interminable, y es que por los tribunales han pasado ya cientos de personas acusadas o sospechosas, que luego no han tenido nada que ver con lo aseverado por unos y otros que el fenómeno pasar a la historia.
Pero eso sí, el culpable de todo ello verán ustedes como sale, prácticamente de rositas, como si no hubiese hecho nada y no hubiese obligado esos cientos de ciudadanos a gastarse fortunas para tratar de limpiar su nombre, cosa, por otra parte imposible, porque una vez te han colgado el “san Benito popular” tu nombre jamás volverá a estar limpio.