La actividad mundial demostró ser resistente en el segundo semestre del año pasado, ya que los factores de oferta y demanda respaldaron a las principales economías. Por el lado de la demanda, el fortalecimiento del gasto privado y público sostuvo la actividad, a pesar de las condiciones monetarias restrictivas. Por el lado de la oferta, el aumento de la participación en la fuerza laboral, la reparación de las cadenas de suministro y el abaratamiento de los precios de la energía y las materias primas ayudaron, a pesar de las renovadas incertidumbres geopolíticas.
Esta resiliencia se mantendrá. El crecimiento mundial, según nuestro pronóstico de referencia, se estabilizará en 3,1% este año, una mejora de 0,2 puntos porcentuales con respecto a nuestras proyecciones de octubre, antes de subir a 3,2% el próximo año.
Siguen existiendo divergencias importantes. Esperamos un crecimiento más lento en Estados Unidos, donde la política monetaria restrictiva sigue afectando a la economía, y en China, donde la debilidad del consumo y la inversión siguen lastrando la actividad. En la zona del euro, por su parte, se espera que la actividad repunte ligeramente tras un 2023 difícil, en el que los elevados precios de la energía y el endurecimiento de la política monetaria restringieron la demanda. Muchas otras economías siguen mostrando una gran resiliencia, con una aceleración del crecimiento en Brasil, India y las principales economías del sudeste asiático.
La inflación sigue cediendo. Excluyendo Argentina, la inflación general mundial disminuirá a 4,9% este año, 0,4 puntos porcentuales menos que nuestra proyección de octubre (también excluyendo Argentina). La inflación subyacente, excluyendo los precios volátiles de los alimentos y la energía, también tiende a la baja. En el caso de las economías avanzadas, la inflación general y subyacente promediará alrededor del 2,6% este año, cerca de las metas de inflación de los bancos centrales.
Con la mejora de las perspectivas, los riesgos se han moderado y están equilibrados. En el lado positivo:
• La desinflación podría ocurrir más rápido de lo previsto, especialmente si la rigidez del mercado laboral se relaja aún más y las expectativas de inflación a corto plazo continúan disminuyendo, lo que permitiría a los bancos centrales relajarse antes.
• Las medidas de consolidación fiscal que los gobiernos han anunciado para 2024-25 pueden retrasarse, ya que muchos países se enfrentan a crecientes peticiones de un mayor gasto público en lo que es el mayor año electoral mundial de la historia. Esto podría impulsar la actividad económica, pero también estimular la inflación y aumentar la posibilidad de interrupciones más adelante.
• De cara al futuro, la rápida mejora de la Inteligencia Artificial podría impulsar la inversión y estimular un rápido crecimiento de la productividad, aunque con importantes retos para los trabajadores.
En el lado negativo:
• Podrían producirse nuevas interrupciones en el suministro y las materias primas, tras la reanudación de las tensiones geopolíticas, especialmente en Oriente Medio. Los costos de envío entre Asia y Europa han aumentado notablemente, ya que los ataques del Mar Rojo desvían los cargamentos alrededor de África. Si bien las interrupciones siguen siendo limitadas hasta ahora, la situación sigue siendo volátil.
• La inflación subyacente podría ser más persistente. El precio de los bienes sigue siendo históricamente elevado en relación con el de los servicios. El ajuste podría tomar la forma de una inflación más persistente de los servicios y, en general, de la inflación. La evolución de los salarios, especialmente en la zona del euro, donde los salarios negociados siguen aumentando, podría aumentar las presiones sobre los precios.
• Los mercados parecen excesivamente optimistas sobre las perspectivas de recortes tempranos de tasas. Si los inversores reevaluaran su opinión, las tasas de interés a largo plazo aumentarían, lo que aumentaría la presión sobre los gobiernos para que implementen una consolidación fiscal más rápida que podría lastrar el crecimiento económico.
Desafíos políticos
Con la inflación retrocediendo y el crecimiento manteniéndose estable, ahora es el momento de hacer balance y mirar hacia el futuro. Nuestro análisis muestra que una parte sustancial de la desinflación reciente se produjo a través de una caída de los precios de las materias primas y la energía, más que a través de una contracción de la actividad económica.
Dado que el endurecimiento monetario suele deprimir la actividad económica, una pregunta relevante es ¿qué papel ha desempeñado la política monetaria, si es que ha desempeñado alguno? La respuesta es que funcionó a través de dos canales adicionales. En primer lugar, el rápido ritmo de endurecimiento ayudó a convencer a las personas y a las empresas de que no se permitiría que la alta inflación se afianzara. Esto evitó que las expectativas de inflación aumentaran de forma persistente, ayudó a frenar el crecimiento de los salarios y redujo el riesgo de una espiral de precios y salarios. En segundo lugar, la naturaleza inusualmente sincronizada del endurecimiento redujo la demanda mundial de energía, lo que redujo directamente la inflación general.
Sin embargo, persisten las incertidumbres y los bancos centrales se enfrentan ahora a riesgos de doble cara. Deben evitar una flexibilización prematura que desharía muchas ganancias de credibilidad ganadas con tanto esfuerzo y conduciría a un repunte de la inflación. Sin embargo, las señales de tensión están aumentando en los sectores sensibles a las tasas de interés, como la construcción, y la actividad crediticia ha disminuido notablemente. Será igualmente importante pivotar hacia la normalización monetaria a tiempo, ya que varios mercados emergentes en los que la inflación está en vías de descenso ya han empezado a hacerlo. No hacerlo pondría en peligro el crecimiento y correría el riesgo de que la inflación cayera por debajo de la meta.
Mi impresión es que Estados Unidos, donde la inflación parece más impulsada por la demanda, debe centrarse en los riesgos de la primera categoría, mientras que la zona del euro, donde el aumento de los precios de la energía ha desempeñado un papel desproporcionado, debe gestionar más el segundo riesgo. En ambos casos, mantenerse en el camino hacia un aterrizaje suave puede no ser fácil.
El mayor reto que tenemos por delante es hacer frente a los elevados riesgos fiscales. La mayoría de los países salieron de la pandemia y de la crisis energética con mayores niveles de deuda pública y costes de endeudamiento. La reducción de la deuda pública y los déficits dará espacio para hacer frente a futuras perturbaciones.
El resto de las medidas fiscales introducidas para compensar los altos precios de la energía deben eliminarse de inmediato, ya que la crisis energética ha quedado atrás. Pero se necesita más. El peligro es doble. El riesgo más acuciante es que los países hagan muy poco. Las fragilidades fiscales se acumularán hasta que el riesgo de una crisis fiscal obligue a ajustes repentinos y perturbadores, a un alto costo. El otro riesgo, ya relevante para algunos países, es hacer demasiado, demasiado pronto, con la esperanza de convencer a los mercados de la rectitud fiscal de uno. Esto podría poner en peligro las perspectivas de crecimiento. También dificultaría mucho más abordar los desafíos fiscales inminentes, como la transición climática.
¿Qué hacer entonces? La respuesta es implementar una consolidación fiscal constante, con una primera cuota no trivial. Las promesas de ajustes futuros por sí solas no son suficientes. Esta primera cuota debe combinarse con un marco fiscal mejorado y bien aplicado, de modo que los esfuerzos de consolidación futuros sean considerables y creíbles. A medida que la política monetaria comience a flexibilizarse y se reanude el crecimiento, debería ser más fácil hacer más. No hay que desperdiciar la oportunidad.
Los mercados emergentes han sido muy resistentes, con un crecimiento más fuerte de lo esperado y saldos externos estables, en parte debido a la mejora de los marcos monetarios y fiscales. Sin embargo, la divergencia en las políticas entre los países puede estimular la salida de capitales y la volatilidad de las monedas. Esto requiere colchones más sólidos, en consonancia con nuestro Marco Político Integrado.
Más allá de la consolidación fiscal, la atención debería volver a centrarse en el crecimiento a mediano plazo. Proyectamos un crecimiento global de 3.2% el próximo año, todavía muy por debajo del promedio histórico. Se necesita un ritmo más rápido para abordar los muchos desafíos estructurales del mundo: la transición climática, el desarrollo sostenible y el aumento de los niveles de vida.
Según muestra nuestra investigación, las reformas que alivian las limitaciones más vinculantes a la actividad económica, como la gobernanza, la regulación empresarial y la reforma del sector externo, pueden ayudar a desencadenar aumentos latentes de productividad. Un crecimiento más fuerte también podría provenir de la limitación de la fragmentación geoeconómica, por ejemplo, eliminando las barreras comerciales que impiden los flujos comerciales entre los diferentes bloques geopolíticos, incluidos los productos tecnológicos con bajas emisiones de carbono que son muy necesarios para los países emergentes y en desarrollo.
En cambio, debemos esforzarnos por mantener nuestras economías más interconectadas. Sólo así podremos trabajar juntos en prioridades compartidas. La cooperación multilateral sigue siendo el mejor enfoque para hacer frente a los desafíos mundiales. Los avances en ese sentido, como el reciente aumento del 50% de los recursos permanentes del FMI, son bienvenidos.