Le informé de que en ningún caso se había incumplido dicho acuerdo por mi parte, como podré demostrar ante los tribunales, pero no quería entablar discusión alguna al respecto hasta leer la comunicación oficial, que solo he recibido hoy viernes a la 1 de la tarde.
El Libro de Estilo de El País estableció ya en 1977
que en las informaciones sobre casos conflictivos “hay
que escuchar o acudir a las dos partes en litigio”. Recibí
ayer mismo numerosas llamadas de diversos medios a los
que informé que, sin conocer la comunicación oficial, me
abstenía por el momento de opinar. Ninguna llamada tuve
de la redacción de El País, cuyo Estatuto establece que el
diario se esfuerza por una información lo más completa
posible “de manera que ayude al lector a entender la
realidad y a formarse su propio criterio”. Normas básicas
en el ejercicio de la libertad de expresión tal y como la
definió el primer presidente de nuestro periódico, José
Ortega Spottorno: “estar dispuesto a comprender y
escuchar al prójimo, aunque piense de otro modo, y a no
admitir que el fin justifica los medios.” Respecto a mi
presidencia de Honor, la dirección de la empresa conoce
que me negué insistentemente a aceptarla en el
momento de mi jubilación, convencido, como enseñara
Calderón de la Barca, de que “el honor es patrimonio del
alma”, no de ningún consejo de administración por mucha
que sea la autoestima de sus miembros. Si asentí
finalmente, fue para no añadir tensiones morales a la ya
muy conflictiva situación accionarial de la compañía. Por
lo demás, como quien decide el contenido del diario es el
director responsable, enviaré este sábado a la directora
de El País el artículo que debería publicar, según lo
acordado, el próximo lunes, en demostración del servicio
permanente a la libertad de expresión que siempre ha
manifestado el periódico que fundé como director hace
ya casi medio siglo. Libertad de continuo amenazada por
el poder político.
Juan Luis Cebrián