El ministro de Finanzas, Eric Lombard, advirtió que pedir ayuda al organismo “es un riesgo que está delante de nosotros”. La declaración llega en un momento crítico. Los costes de endeudamiento a largo plazo alcanzaron niveles no vistos desde 2011, con el rendimiento de los bonos a 30 años en 4,42 %, mientras la deuda pública se acerca al 116 % del PIB, equivalente a 3,3 billones de euros.“Es un riesgo que quisiéramos evitar y que debemos evitar, pero no puedo decir que no exista”, admitió Lombard, abriendo la puerta a un escenario impensado en la segunda mayor economía de la eurozona.
La tensión en los mercados se alimenta del bloqueo político interno. El primer ministro François Bayrou deberá someterse el 8 de septiembre a una moción de confianza que, de antemano, parece perdida. Con esta arriesgada maniobra, Bayrou buscaba adelantarse al clima de movilización previsto para el día 10, cuando la izquierda había convocado protestas contra su plan de ajuste. El primer ministro quería forzar a los partidos a definirse sobre la urgencia de la deuda antes incluso de abrir el debate presupuestario.
Pero la apuesta se ha girado en su contra: tanto la izquierda como la ultraderecha han confirmado que votarán en contra, y el Partido Socialista, clave en otras ocasiones, ya ha anunciado que tampoco lo respaldará. El plan Bayrou, presentado en julio, contempla congelar el gasto durante un año, aplicar recortes de 44.000 millones de euros, suprimir 3.000 plazas en la administración pública y eliminar dos festivos nacionales. El objetivo es reducir un déficit que alcanza el 5,4 % del PIB y contener una deuda que ya supera los 3,3 billones de euros.
La falta de un gobierno sólido capaz de impulsar reformas ha disparado las alarmas en los mercados. “Esta parálisis política no es buena para los costes de financiación de Francia”, advirtió Rupert Harrison, de Pimco.
Las turbulencias ya golpean al sector financiero: las acciones de BNP Paribas se desplomaron un 5 % y Société Générale cayó más de un 6 %, lastradas por su exposición a la deuda soberana.
Francia nunca ha pedido un rescate al FMI, y hacerlo sería percibido como un golpe a su prestigio y liderazgo en Europa. El recuerdo de la crisis británica de los años setenta ha resurgido en los debates políticos y académicos. Hoy, Francia aún mantiene un diferencial favorable respecto al Reino Unido: aunque su deuda es más alta, sus costes de financiación son menores. Pero los analistas advierten que este colchón puede evaporarse si la crisis política se prolonga.
El FMI prevé que el déficit francés se mantenga en el 5,4 % del PIB este año, muy lejos de los compromisos europeos. Sin reformas ni apoyo parlamentario, los mercados podrían terminar forzando a Francia a recurrir a la ayuda externa. Por ahora, Macron se enfrenta a una encrucijada: salvar la credibilidad financiera mediante recortes sin respaldo político o arriesgarse a que el FMI se convierta en la última tabla de salvación.