Fue un diálogo enriquecedor que me ha llevado a ordenar algunas reflexiones que me gustaría compartir:
Vivimos un momento histórico en el que los equilibrios globales están, una vez más, en plena transformación. Las tensiones comerciales, la guerra de aranceles liderada por Estados Unidos y la confrontación entre bloques económicos introducen una volatilidad que condiciona las decisiones de inversión y comercio exterior.
Estados Unidos muestra ya signos de desaceleración, mientras que la Zona Euro ensaya una recuperación frágil y desigual. En España, pese a un crecimiento robusto en comparación con la media europea, observamos síntomas de vulnerabilidad: un déficit exterior creciente, exportaciones a la baja y una dependencia aún elevada de la energía. Lo que ocurre en los mercados globales nos afecta directamente, y exige a nuestras empresas —y a nuestras instituciones— capacidad de lectura, anticipación y adaptación.
Si algo quedó claro en nuestro encuentro es que la incertidumbre ha dejado de ser una excepción para convertirse en una constante. Conflictos bélicos enquistados, polarización política, inestabilidad regulatoria, oscilaciones en los precios de la energía y de los tipos de interés… Todo conforma un entorno en el que resulta difícil planificar a largo plazo.
Pero precisamente por ello, las empresas necesitan un marco estable y previsible. No hablamos de eliminar la incertidumbre —imposible—, sino de dotarnos de herramientas para convivir con ella sin perder el rumbo estratégico.
José Vicente resumió este planteamiento en lo que llamó un “kit de supervivencia empresarial”. Y creo que es una buena metáfora. Las empresas no pueden improvisar ante cada sacudida del entorno: deben estar preparadas. Como indicaba nuestro contertulio, ese kit requiere incluir liquidez suficiente para responder a imprevistos, planes alternativos de compras y ventas, recursos tecnológicos y energéticos que garanticen la continuidad del negocio, y estructuras internas —comités de crisis, planes de contingencia— capaces de reaccionar con agilidad.
Además, la experiencia nos demuestra que la resiliencia no es un adorno conceptual: es la diferencia entre sobrevivir o quedar atrás.
Ser resilientes no significa solo resistir, sino también encontrar oportunidades en la adversidad. Una empresa resiliente es capaz de innovar, de redefinir su modelo de negocio, de crecer incluso en momentos difíciles.
La competitividad, por tanto, no se puede desligar de la resiliencia. Necesitamos empresas que innoven constantemente, que adopten tecnologías disruptivas, que inviertan en el talento de sus equipos y que sitúen al cliente en el centro de su estrategia. Y, cada vez más, que integren la sostenibilidad en su ADN.
No olvidemos que los consumidores —y también los reguladores y los inversores— valoran a aquellas empresas comprometidas con el medio ambiente y con el bienestar social. La sostenibilidad ya no es opcional: es un factor estratégico de diferenciación, como señala el director territorial de Ibercaja.
Y, como señala José Vicente Marco, un aspecto que a veces queda en segundo plano en los debates económicos es la sostenibilidad, y, sin embargo, de ella depende buena parte de la competitividad futura, sin perder de vista la sostenibilidad financiera. La regulación europea —desde la CSRD hasta la taxonomía verde— nos marca el camino. Los clientes lo demandan. Los mercados lo premian. Las entidades financieras lo valoran. Apostar por la sostenibilidad es apostar por el ahorro de costes a medio plazo, por la reputación y por el acceso a nuevas fuentes de financiación.
Medir y reportar indicadores ESG, apostar por energías renovables, fomentar cadenas de suministro responsables y evitar el greenwashing son pasos imprescindibles. Pero lo más importante es que la sostenibilidad esté integrada en la estrategia, no como un añadido, sino como parte del ADN de cada empresa.
Pero si hay un mensaje que quiero subrayar de la conversación que mantuvimos es este: necesitamos más inversión. Inversión en innovación, en internacionalización, en talento, en digitalización. El coste de no invertir es demasiado alto: significa perder competitividad, desaprovechar oportunidades y debilitar nuestra capacidad de respuesta ante las crisis. Y no olvidemos que la inversión requiere confianza. Confianza en la propia empresa, en su liderazgo, en su visión de largo plazo. Y también confianza mutua entre empresas, entidades financieras e instituciones. José Vicente Marco afirma que las entidades financieras están hoy en la mejor posición desde la crisis de 2008, lo que les permite acompañar proyectos empresariales viables, con planes de negocio realistas, equipos directivos solventes y capacidad de reacción ante imprevistos.
Precisamente, los resultados recientes de los test de estrés del Banco Central Europeo muestran que la banca española está más sólida que nunca, y, a diferencia de lo ocurrido en la Gran Recesión, hoy contamos con un sistema financiero capaz de acompañar a familias y empresas en cualquier escenario. Esto debe servirnos de acicate. Porque si la financiación está disponible, la responsabilidad recae en las empresas: debemos presentar proyectos viables, bien fundamentados, prudentes en sus previsiones y ambiciosos en su visión.
De este desayuno directivo salí con una convicción reforzada: el camino hacia la competitividad y el crecimiento pasa por la resiliencia, la innovación, la sostenibilidad y, sobre todo, por la inversión. La Cámara de Comercio de Madrid seguirá siendo un espacio de encuentro, de diálogo y de acompañamiento a nuestras empresas. Queremos ayudar a que el tejido empresarial madrileño sepa aprovechar las oportunidades que se abren incluso en un entorno incierto, y que lo haga con confianza, visión de futuro y ambición global.
Madrid es hoy el motor del comercio exterior español, un hub global que conecta Europa con América Latina, Asia y África, y la región que concentra siete de cada diez euros de inversión extranjera en España. Esa posición nos obliga a estar a la altura: a ser líderes en innovación, competitividad y sostenibilidad.
Como presidente de la Cámara de Comercio de Madrid, mi invitación a los empresarios es clara: confiemos en nuestra capacidad, invirtamos en el futuro y sigamos construyendo juntos un ecosistema empresarial más fuerte, más innovador y más sostenible.