Si bien su papel fue clave en la transición democrática tras la dictadura franquista, sus actuaciones recientes han generado cierto malestar social y político.
La inoportunidad de Juan Carlos I se manifiesta, en primer lugar, en el momento de sus apariciones y declaraciones, que a menudo surgen en contextos especialmente delicados para la Corona y la sociedad española. Cuando España afronta desafíos institucionales y una ciudadanía cada vez más exigente con la transparencia y la ejemplaridad de sus representantes, sus viajes y actividades privadas, así como la revelación de presuntos escándalos financieros, resultan poco acertados y dañan la imagen de la monarquía.
Además, la falta de explicaciones públicas convincentes por parte del propio Juan Carlos I ha incrementado la percepción de desconfianza y descontento. En lugar de contribuir a la estabilización institucional, sus actos en ocasiones parecen desacoplarse de la realidad social, alimentando el debate sobre la utilidad y el futuro de la monarquía parlamentaria en España. En este contexto su última acción, la grabación de un video pidiendo el apoyo para su hijo, el hoy rey Felipe VI, resulta absurda y perjudicial.
Si a ello se une los anuncios de la edición, ya en castellano de su libro la situación no deja de ser u tanto kafkiana. Se desconoce quien recomienda o asesora al rey emérito en este tipo de situaciones, pero sea quien fuera mas le valdría que recomendase todo lo contrario de lo que se le ocurre, puesto que hasta hoy no han sido muy brillantes sus sugerencias.
En conclusión, la inoportunidad de Juan Carlos I no solo reside en cuestiones de calendario o contexto, sino en la ausencia de una actitud acorde a las nuevas exigencias democráticas de la sociedad española. Resulta fundamental que las figuras públicas sean conscientes del momento histórico en el que actúan y de las repercusiones de sus actos, especialmente cuando ostentan o han ostentado una posición de máxima representación del Estado.
