Esa opción es tan ilógica en la dinámica sanchista que todo hace pensar en una estrategia de aislamiento de las ministras podemitas desde mañana mismo, si es que ello es posible, aunque parece que esa ha sido la orden que Sánchez ha dado a sus estrategas desde el mismísimo Falcon a la vuelta de su tourne por Europa preparando su semestre presidencial, preludio de las elecciones. Entre otras cosas porque está convencido de que no hay negociación del si es si y que la aprobación de las correcciones pasa por un acuerdo tácito con los populares de Feijoo y juna votación en la Cámara que acabe con la absurda historia de las negociaciones inexistentes por la cerrazón, precisamente, de la ministra que se niega a reconocer el fracaso total de su ley.
Ni de invención calenturienta. En una de esas conversaciones insulsas con los periodistas en la capital austriaca, Sánchez habló de que lo fundamental es aprobar la reforma y que con quién es secundario. También vino a decir que no sería ninguna tragedia votar por separado, y que ni por ésas la coalición corre peligro de ruptura.
Así que a nadie le extrañe que se ponga fin a la historia del capricho de la señora Iglesias cuyo trabajo a partir de ahora será la del jarrón chino del Consejo de Ministros ya que no tiene ningún proyecto pendiente, no así Belarra que tiene trabajos pendientes: ya hay anteproyectos aprobados de la ley de familias y de la ley de los derechos sociales, aunque el escaso tiempo juega en contra de su aprobación definitiva en las Cortes y la propia Yolanda Díaz, que está trabajando en el estatuto del becario.
Es más. La titular de Igualdad intentó quedarse con la ley contra la trata y la explotación de seres humanos y Sánchez, curándose en salud, se la ha encomendado a la ministra de Justicia, Llop (el anteproyecto fue aprobado a finales de noviembre por el Consejo de Ministros).
Así que puede que estemos ante la ministra amortizada y que su papel pase a ser como el de Garzon la inutilidad política total