Los responsables de tráfico también estiman que cada año mueren 75 personas y 250 resultan heridas en accidentes en los que los problemas del sueño pudieron estar presentes. Sin embargo, parece que estas cifras escalofriantes no acaban de sensibilizarnos del verdadero peligro que conlleva asumir riesgos al volante como el consumo de alcohol y drogas y la conducción con fatiga y somnolencia, tanto por el consumo de medicamentos como por la falta de un descanso adecuado.
Esta defectuosa percepción del riesgo se sostiene en mitos como que el peligro del alcohol sólo se manifiesta tras un consumo muy elevado. Sin embargo, aunque es cierto que a medida que aumenta la cantidad de alcohol en el organismo lo hace el riesgo de accidente, así como de sufrir lesiones graves, incluso mortales (por ejemplo, con una tasa de 0,5 gr de etanol por litro de sangre se doblan las probabilidades de colisión y con 0,8 gr/l el riesgo se multiplica por cinco), sus efectos negativos sobre la capacidad de conducir se observan incluso con niveles bajos.
Del mismo modo, la falta de sueño, segunda causa de accidente más común tras el alcohol, es muchas veces infravalorada como causa de siniestralidad vial, cuando lo cierto es que nos afecta más de lo que creemos: un conductor que ha dormido entre cuatro y cinco horas multiplica por cuatro las posibilidades de sufrir un accidente frente a uno que ha descansado adecuadamente. Por debajo de esas cuatro horas, el riesgo de sufrir un siniestro es once veces más. Lo mismo ocurre con la somnolencia asociada al consumo de medicamentos: pocas veces hacemos caso al prospecto y conducimos con las capacidades psicofísicas necesarias para una conducción segura evidentemente mermadas.
Por todo ello, los expertos de Alquiber, han concluido que el mejor consejo que se puede dar para no asumir estos riesgos al volante es la tolerancia cero. Debemos tomar conciencia de que después de haber consumido cualquier cantidad de alcohol hay que evitar conducir. Y de que creer haber bebido poco puede resultar engañoso, ya que, entre los efectos euforizantes del alcohol asociados a un consumo moderado, se encuentra la pérdida de la percepción de riesgo. La única tasa realmente segura es 0,0 g/l.
Respecto a la somnolencia, la recomendación de los especialistas es la misma: concienciarse de que es uno de los factores de riesgo más frecuentemente implicados en los accidentes de tráfico. Y de que ponernos al volante sin haber descansado bien o bajo los efectos de depresores del sistema nervioso central significar poner en peligro vidas. Si se tiene sueño, no se conduce.
No obstante, también nos recuerdan que, tanto en el caso del alcohol como en el del sueño, ya existen tecnologías que pueden ayudarnos a detectar riesgos antes de ponernos al volante, como alcoholímetros portátiles y sistemas de monitorización que desde el mismo vehículo avisan al conductor sobre su estado físico. Algunos de ellos, principalmente los implicados en la medición de la tasa de alcohol en sangre, pueden protegernos impidiéndonos emprender la marcha. Sin embargo, los que miden la fatiga se suelen limitar a aconsejarnos hacer una parada. En este caso, los expertos advierten de que de nuevo necesitaremos un trabajo de concienciación que nos recuerde los peligros antes mencionados: de nada vale saber que estamos cansados si no tomamos las medidas en consecuencia.