Dentro del escenario que ocupan las Deep Tech (inteligencia artificial, computación cuántica, impresión 3D, materiales avanzados, blockchain, realidad aumentada o machine learning, que en español traducimos por aprendizaje automático), es, sin duda, la IA quien ilumina el centro de la platea. Desde la industria civil a la militar. La gran esperanza y el gran temor. Al final, esta tecnología no deja de ser ingeniería de software avanzada y en los consejos de administración de las grandes firmas europeas no abundan los ingenieros de esta especialidad. “Resulta increíble que en el Viejo Continente la composición no haya cambiado ni siquiera con la aparición de la www. Todas las grandes firmas que lideran la IA han sido desarrolladas o fundadas por ingenieros de software”, recuerda Francisco Martín, consejero delegado de BigML, una compañía creada en Oregón (Estados Unidos) dedicada a esta inteligencia.
Europa parte en desventaja con respecto a China. Primero por la propia naturaleza del país, que nunca ha sido muy respetuoso con las patentes de otras naciones. Además, estas tecnologías se basan en datos. Protegerlos es una de las prioridades políticas de la Unión Europea frente al coloso asiático y también al capitalismo de plataforma estadounidense.
“En el campo de los seguros o de la protección ciudadana, un algoritmo diseñado con ciertos parámetros podría dejar a una persona indefensa solo por pertenecer a una categoría con alta probabilidad de sufrir una enfermedad, de tener un accidente o de cometer un delito”, analiza Jesús López Fidalgo, director del Instituto de Ciencias de los Datos e Inteligencia Artificial de la Universidad de Navarra.
Sin embargo, la distancia ética entre Estados Unidos y Europa y, sobre todo, China es la primera empalizada. “El sistema político y social chino plantea menos obstáculos al uso de datos personales en comparación con el Viejo Continente, donde la privacidad es una cuestión central”, aborda Christophe Donay, director de investigación macroeconómica de la firma Pictet WM.
Entre 2015 y 2020, el número de empresas emergentes europeas —acorde con la consultora Statista— pasó de 1.850 a 6.600. El número contabiliza un espejismo. Estas compañías tienen mucho más difícil acceder a fondos y financiación que sus competidores chinos o estadounidenses en tecnologías profundas. Levantar capital, atraer talento y formar un equipo de gestión parece el castigo de Sísifo. La Comisión Europea ha creado el Consejo Europeo de Innovación (EIC, por sus siglas inglesas) para ayudar al Viejo Continente a conseguir la “soberanía tecnológica”, sobre todo, frente a China y Estados Unidos. En 2021 —bajo la idea de dar más fuerza a la estrategia— creó el proyecto EIC ScalingUp. Un sistema destinado a conseguir que las compañías de Deep Tech tengan más fácil acceder a los fondos. Una situación en la que la debilidad es real. En Europa existen muy pocos inversores en estas tecnologías.
Ese no es el camino correcto hacia la soberanía. Igual que una brújula imantada jamás encontrará el Polo Norte. Y luego, como si fueran pioneros en el Salvaje Oeste, arranca una carrera de números que varían según las fuentes. La consultora Future Market Insights (FMI) calcula que el sector manejará este año 518.200 millones de dólares y más de 3,7 billones durante 2032. Casi da igual de dónde procedan los números. Todos son inmensos. Nadie duda de su impresionante potencial.
Poco a poco, Europa se despereza. Alemania lanza un fondo de 1.000 millones de euros para financiar este sector, Francia responde con 500 millones y Polonia con 55 millones. España —a través de los fondos Next Generation— ya tiene presupuestados 500 millones entre 2021 y 2023 dirigidos a inteligencia artificial, que la iniciativa privada debería multiplicar. Desde luego, queda esperanza. “Se puede ganar esta carrera por la soberanía tecnológica si se aplican las políticas adecuadas”, aventura el sinólogo Francesco Sisci. Porque el gigante asiático nunca duerme. Ya hay un millar de empresas especializadas en IA. Y el centro neurálgico — desgrana Christophe Donay— es Zhongguan Sciencie Park, al noroeste de Pekín. Es parte de la estrategia del Gobierno chino de que el país lidere estas tecnologías profundas. En la próxima década planea invertir 2.100 millones de dólares en un centro que albergue 400 firmas emergentes de inteligencia artificial. Y el nuevo gobierno de Xi Jinping tiene como objetivo su ambicioso Made in China 2025.
La competición con Europa y Estados Unidos se presenta formidable. El coloso asiático se ha comprometido (pese a ser el principal emisor de gases de efecto invernadero del planeta) a que un 30% de sus vehículos sean eléctricos en 2030 y algunos expertos aseguran que en términos logísticos lleva una ventaja a Occidente de “al menos, cuatro o cinco años”. Europa tiene que trenzar un nuevo tejido tecnológico mucho más ambicioso o arriesga su soberanía digital. Esto es lo inteligente.