Evocó la «convivencia» hasta en siete ocasiones y puso el énfasis en la importancia de las palabras como «compartir», que se llevó seis menciones. Estaba en las quinielas que la polarización del escenario político y la crispación de la calle iban a colarse en este discurso. Como así fue.
Para su decimo segundo mensaje de Navidad, el Rey repitió en el Palacio Real, en el Salón de Columnas. La misma ubicación que en 2024. Sin embargo, la intervención de este año fue mucho más corta. En duración, 10:29 minutos y 1.126 palabras, frente a los 15:09 minutos y las 1.806 palabras de doce meses atrás. Para encarrilar su discurso se valió de la experiencia del pasado con un homenaje a los 50 años de la Transición como «un ejercicio colectivo de responsabilidad», que «surgió de la voluntad compartida de construir un futuro de libertades basado en el diálogo». En la mirada, estaba la clase política, que el monarca interpeló como los que «encauzaron ese proceso» para después resaltar: «Aun con sus diferencias y sus dudas, supieron salvar sus desacuerdos y transformar la incertidumbre en un sólido punto de partida, sin tener la certeza de lograr lo que buscaban». Habló de «coraje» y del esfuerzo de «avanzar sin garantías, pero unidos» como una de las lecciones «más valiosas» que nos enseñaron.
Era de esperar que el jefe del Estado citara la Transición en este mensaje navideño. Hace solo un mes, con motivo del 50º aniversario de la Monarquía parlamentaria, recuperó el histórico lema de entonces «libertad sin ira». En esta ocasión, volvió a destacar la Constitución de 1978, sobre la que se edifica «nuestro presente y nuestro vivir juntos». «Un marco -recalcó- lo bastante amplio para que cupiéramos todos, toda nuestra diversidad.
Retomó el crispamiento político al señalar: «Los ciudadanos perciben que la tensión en el debate público provoca hastío, desencanto y desafección. Realidades, todas ellas, que no se resuelven ni con retórica ni con voluntarismo». Y también puso énfasis en la convivencia como base de nuestra vida democrática, pero que «no es un legado imperecedero». «No basta con haberlo recibido: es una construcción frágil. Por esa razón, todos debemos hacer del cuidado de la convivencia nuestra labor diaria. Y para ello necesitamos confianza». Hasta seis veces repitió «confianza». «Los caminos fáciles no existen», prosiguió. «Las sociedades democráticas atraviesan, atravesamos, una inquietante crisis de confianza. Y esta realidad afecta seriamente al ánimo de los ciudadanos y a la credibilidad de las instituciones», matizó.
Pronunció las palabras «extremismos, radicalismos y populismos», que se nutren de «esta falta de confianza, de la desinformación». E hizo una llamada de atención sobre qué líneas rojas no debemos cruzar: «Estoy hablando de diálogo»; «Estoy hablando de respeto en el lenguaje y de escucha de las opiniones ajenas»; «De especial ejemplaridad en el desempeño del conjunto de los poderes públicos; también de empatía». Y lanzó algunas recetas para la convivencia democrática: «Las ideas propias nunca pueden ser dogmas, ni las ajenas, amenazas; avanzar consiste en dar pasos, con acuerdos y renuncias, pero en una misma dirección, no correr a costa de la caída del otro; y España es, ante todo, un proyecto compartido».
En el contenido internacional de la intervención de Felipe VI, lejos de lo previsto, no hubo palabras para la guerra de Gaza ni la invasión de Ucrania. Se centró el Rey en Europa, con motivo de los 40 años de la firma del tratado por el que España ingresó en las Comunidades Europeas. Firma, por cierto, que se estampó en el Palacio Real en 1986, motivo por el cual el mensaje se grabó ahí. «Un paso decisivo, ilusionante y movilizador», enfatizó sobre la entrada de nuestro país en la CEE. Añadió don Felipe: «Europa no sólo trajo modernización y progreso económico y social, afianzó nuestras libertades democráticas». Una revisión panorámica de la trayectoria española con nuestros vecinos europeos desde hace cinco décadas. Mencionó el monarca aquellos años de «una transformación sin precedentes (…), que permitió consolidar las libertades democráticas, el pluralismo político, la descentralización, la apertura hacia el exterior y la prosperidad».
Fue también un discurso trasversal en el que el monarca abarcó todas las edades, desde «las generaciones de adultos que concilian, con gran esfuerzo, responsabilidades laborales, familiares y personales»; hasta las «generaciones de jóvenes que afrontan ahora nuevas dificultades con iniciativa y compromiso». Estos, los jóvenes, siempre están presentes en sus mensajes navideños. En este espacio para los millennials y los zeta hizo hincapié en la mayor preocupación social: «El acceso a la vivienda es un obstáculo para los proyectos». Las cifras son reveladoras: La edad media de emancipación en España se sitúa en los 30,4 años, según Eurostat, frente a los países de la UE, con 26,3 años. La desigualdad social y la vulnerabilidad de las familias estuvo presente: «Muchos ciudadanos sienten que el aumento del coste de la vida limita sus opciones de progreso». Sus últimas palabras fueron de visión optimista con mensajes como «Somos un gran país (…) lleno de iniciativa y de talento» y «Este gran proyecto de vida en común que es España».
Fue la tercera ocasión en la que Felipe VI emitió el Mensaje de Navidad desde el Palacio Real de Madrid; en 2015, tuvo lugar en el Salón del Trono y, en 2024, en el Salón de Columnas. Intervino de pie, con traje azul marino, camisa blanca y corbata color terracota con estampado geométrico. Tras el monarca, las banderas de España y de la Unión Europea. En la escenografía, el Misterio del primer cuarto del siglo XVIII realizado en madera tallada y policromada con el nacimiento del Niño Jesús, la Virgen María y San José (de la colección de Patrimonio Nacional conservado en el Monasterio de las Descalzas Reales); y un Árbol de Navidad.
