Desde su llegada al Vaticano, Francisco fue tajante al denunciar los excesos del «capitalismo salvaje». En línea con esa postura, reforzó el control sobre el Instituto para las Obras de Religión -el conocido Banco Vaticano- al ordenar auditorías internas y cerrar unas 5.000 cuentas sospechosas. En 2014, fundó el Secretariado para la Economía, una estructura clave para reordenar las finanzas vaticanas, y promovió nuevas reglas de inversión y medidas anticorrupción.
Sin embargo, su cruzada por sanear las cuentas de la Iglesia encontró obstáculos internos y resistencias de sectores de la Curia. Aun así, el Papa no dejó de aplicar recortes. Desde 2021 rebajó en tres ocasiones el salario de los cardenales y, en septiembre del año pasado, impuso un plan de «déficit cero». «No es un objetivo teórico, sino realizable», escribió en una carta dirigida a más de 250 cardenales, en la que reclamaba rigor en la gestión de los recursos y respeto por las aportaciones de los fieles.
En esa misma línea, suprimió los tradicionales bonos por secretaría y limitó las asignaciones adicionales que recibían los cardenales como parte de su sueldo mensual. La contención buscaba frenar el desequilibrio financiero. Pues el último conjunto de cuentas aprobado, correspondiente a 2023, arrojó un déficit operativo de 83 millones de euros, triplicando así el resultado negativo de 2022, cuando el agujero fue de 33 millones. El Vaticano lleva años operando con números rojos, que ha intentado equilibrar recurriendo a los dividendos de sus inversiones, al patrimonio inmobiliario y a los ingresos de los Museos Vaticanos. Aun así, el desfase ha crecido, mientras se reduce progresivamente el Óbolo de San Pedro, la tradicional colecta global que canaliza las donaciones de los fieles de todo el mundo.
A las preocupaciones presupuestarias se suman los crecientes pasivos del fondo de pensiones del Vaticano, que en 2022 fueron estimados en unos 631 millones de euros, según declaraciones del entonces prefecto para la Economía. Y mientras las cuentas no cuadraban, Francisco no dejó de trabajar. Incluso desde el hospital -donde fue ingresado el 14 de febrero por una neumonía doble-, continuó aprobando nombramientos y decisiones administrativas, manteniendo el control de la Curia hasta sus últimos días. Poco antes de su hospitalización, protagonizó un tenso enfrentamiento con miembros de alto rango del Vaticano al ordenar la creación de una nueva comisión para fomentar las donaciones. En una reunión a puerta cerrada, varios jefes de departamento manifestaron su oposición tanto a los recortes como a la búsqueda de financiación externa, evidenciando las tensiones internas que marcaron su pontificado.