La muestra reúne 90 obras de toda su carrera, incluyendo sus pinturas y dibujos más sobresalientes, muchos de los cuales no se han visto nunca en España ya que pertenecen a museos y colecciones de Alemania, donde tuvo gran éxito y reconocimiento en las décadas de 1970 y 1980.
Quintanilla vivió y trabajó en un momento de la historia de España en el que las mujeres artistas no tenían ni el peso ni el protagonismo de los artistas masculinos, aspecto que no pasaba por alto en sus declaraciones públicas para reivindicar el valor de su trabajo y el de sus compañeras.
La exposición, que cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid, propone un recorrido por el universo de la pintora, protagonizado por sus objetos personales y por la intimidad de sus viviendas y talleres. Pero estos ambientes y elementos cotidianos forman parte, a su vez, del imaginario colectivo, por lo que apelan directamente a las emociones del espectador, un objetivo que la artista siempre tuvo presente.
La pintura de Isabel Quintanilla es el resultado de un dominio rotundo de la técnica y de un oficio adquirido en distintas escuelas, pero, sobre todo, de un trabajo continuado en el tiempo. La artista se refería con frecuencia a la lucha constante que supone resolver los problemas que la pintura plantea a todo el que quiere valerse de ella para experimentar la realidad de otra manera.
La selección de obras abarca las seis décadas en las que Quintanilla estuvo en activo, desde La lamparilla (1956), la obra más antigua que se conserva, hasta Bodegón Siena (2017), la última que entregó a su galerista poco antes de fallecer, y se presentan a través de seis secciones temáticas y cronológicas en las que se suceden bodegones, interiores, paisajes y jardines.
Isabel Quintanilla forma parte de un grupo de artistas que vivieron y trabajaron en Madrid desde mediados de la década de 1950, a los que unía tanto su formación y trayectoria como relaciones familiares y de amistad. Conocido como los realistas de Madrid, entre sus integrantes se encuentran Antonio López (1936), María Moreno (1933-2020), los hermanos Julio (1930-2018) y Francisco López Hernández (1932-2017), Esperanza Parada (1928-2011) y Amalia Avia (1930-2011).
Como ellos, Quintanilla conoce las vanguardias, pero pronto se inclina por el realismo dentro de la tradición española, que siente como algo propio y cercano. Pinta su entorno. Ya sea un bodegón, un interior doméstico o un patio, lo que retrata son sus objetos personales, las habitaciones de sus casas, los árboles y plantas de su patio. Se interesa por motivos cotidianos, lo que tiene más a mano, como el vaso de cristal, protagonista de decenas de obras. En ocasiones, sus pinturas y dibujos descubren homenajes a su madre modista o a su marido escultor, a través de una máquina de coser, unas tijeras de costura, un molde o un saco de escayola.
Isabel Quintanilla nace el 22 de julio de 1938 en Madrid. Durante la Guerra Civil, su padre lucha en el ejército republicano y muere en 1941 en un campo de concentración de Burgos, por lo que su madre tiene que sacar adelante a sus dos hijas con su trabajo como modista.
Con once años empieza a asistir a clases en talleres particulares de artistas y con quince ingresa en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando. Allí conoce a Antonio López, a Julio y Francisco López y a María Moreno, que está en su mismo curso. En 1959 obtiene el título de profesora de Dibujo y Pintura y empieza a dar clases como ayudante en un instituto. Además, expone por primera vez en una muestra colectiva organizada por la Fundación Rodríguez-Acosta de Granada.
En 1960 se casa con Francisco López y se trasladan a Roma durante cuatro años, ya que el escultor ha obtenido el Gran Premio de Arte de la Academia de Bellas Artes para formarse en Italia. Conocen a artistas, músicos y creadores y viajan por Europa. Quintanilla también sigue formándose y presenta su primera exposición individual en Caltanissetta (Sicilia). Tras su regreso a España, retoma a la docencia pero no deja de pintar, y en 1966 protagoniza una exposición en la galería Edurne de Madrid con obras realizadas en su mayoría en Roma, en la que vende casi todo lo expuesto.
En 1970 Isabel Quintanilla conoce a Ernest Wuthenow, coleccionista y socio fundador de la Galería Juana Mordó de Madrid, encargado, además, de la promoción de sus artistas en el extranjero. Junto a los galeristas Hans Brockstedt y Herbert Meyer-Ellinger, consigue exponer su obra por toda Alemania durante las décadas de 1970 y 1980, en muestras colectivas como Arte después de la realidad: un nuevo realismo en América y Europa, en Hanover (1974), y la Documenta 6 de Kassel (1977), y en exposiciones individuales en Fráncfort, Hamburgo y Darmstadt, entre otras ciudades alemanas, y es en este país en el que vende gran parte de su producción.
Róterdam, Múnich y, por supuesto, en España, donde participa en la gran muestra de la Fundación Marcelino Botín Otra realidad: compañeros en Madrid (1992) en Santander, expone en el Museo de Bellas Artes da Coruña junto a Amalia Avia y María Moreno (2005) y concurre en una colectiva en el Museo del Prado (2007).
En 1996, el Centro Cultural Conde Duque de Madrid le dedica una antológica y la madrileña Galería Leandro Navarro, una monográfica. Veinte años después, en 2016, su obra se presenta en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza en la muestra colectiva Realistas de Madrid. Un año y medio después, en octubre de 2017, Isabel fallece con 79 años.
La exposición comienza con una decena de obras tempranas que anuncian el estilo de Isabel Quintanilla. En La lamparilla (1956) se observan ya elementos que la van a acompañar a lo largo de su carrera: una selección de objetos pequeños y cotidianos presentados desde un punto de vista frontal, levemente elevado y próximo, sobre un fondo neutro. Bodegón ante la ventana (1959), de su último curso en la Escuela, avanza otro de sus temas recurrentes, común también entre los realistas, como es presentar objetos junto a una ventana.
De la etapa en Roma son su Autorretrato a lápiz (1962) y los óleos Roma (La casa roja) (1962) y Delfos (1963), vistas urbanas en las que revela un esquema que mantendrá invariable en sus paisajes: el punto de vista elevado y la línea del horizonte a mitad del lienzo.
Al volver a Madrid, Quintanilla desecha los colores oscuros, el soporte rugoso y la luz plana y sus cuadros se llenan de colores vibrantes y luz moldeadora, realizados con una maestría a la que ha llegado tras mucho trabajo y dedicación. Recrea naturalezas muertas con objetos personales que confieren a sus obras un carácter autobiográfico, como puede observarse en esta segunda sala, que presenta una treintena de cuadros en los que vemos frutas y verduras, carnes y embutidos, junto a guantes, un monedero o un pintauñas. Añade otros elementos reconocibles, como medicamentos y limpiadores de cocina, productos de alimentación o electrodomésticos de marcas de la época.
La costura y el recuerdo a la profesión de su madre también están presentes en algunas ocasiones de forma implícita, a través de objetos como la máquina de coser, las tijeras y los dedales, como en Bodegón del periódico (2005), o explícita, como en Homenaje a mi madre (1971).
Para presentar sus naturalezas muertas, Quintanilla recurre habitualmente a la mesa como soporte, aunque también utiliza el alféizar de la ventana (Vaso, 1969), la encimera de la cocina (Cocina I, 1970) o la nevera (Pensamientos sobre la nevera, 1971-1972).
Uno de sus motivos favoritos son los vasos de agua de la marca Duralex, muy populares en la sociedad española de la década de 1960. A lo largo de los años, realiza más de cincuenta versiones en pequeño formato, con óleo o lápiz, doce de las cuales se incluyen en la exposición, desde Pensamientos y reloj (1964) a Bodegón con lirios (1995).
La siguiente sala se dedica a los interiores domésticos, que la artista representa meticulosamente. Son espacios vacíos, sin presencia humana, en los que refleja las habitaciones de su domicilio o taller: el dormitorio, el salón, un pasillo, una ventana, el aseo… Con un simple desplazamiento de caballete, Quintanilla logra multiplicar los motivos pictóricos, reproduciendo la misma estancia desde un punto de vista diferente, como puede verse en Interior. Paco escribiendo (1995) y en Interior de noche (2003).
El cambio de luz también le sirve para convertir el mismo motivo en otra pintura. En Atardecer en el estudio (1975) y Nocturno (1988-1989) retrata un ventanal y una mesa con quince años de diferencia. Aunque varían algunos elementos, lo que más los separa es la luz: natural en una obra, artificial en la otra. La mesa perteneció a su suegro, que era orfebre, y a ella vuelve en 1995 para darle todo el protagonismo en otra pintura nocturna, La noche (1995).
A pesar de estar vacíos, se puede intuir quién habita estos espacios por los elementos elegidos por la artista, como sucede en Interior de noche (rincón de taller) (1971), un dibujo en el que no solo muestra sus herramientas de trabajo y las de su marido, sino también una hamaca de bebé, en alusión a su hijo Francesco, o La habitación de costura (1974), otro recuerdo a su madre.
El grupo de los realistas de Madrid fue el primero en España en el que las mujeres, además de superar en número a los hombres, ocuparon un lugar igual de importante que sus compañeros. Debido a la unidad y afinidad del grupo, resulta difícil separar la vida y obra de Quintanilla de la de sus colegas, familiares y amigos. Por ello, en esta sala se presentan doce obras de las tres artistas con las que Isabel Quintanilla compartió profesión, amistad y aficiones: tres bodegones y un paisaje nocturno de Esperanza Parada, dos interiores y dos jardines de María Moreno y cuatro escenas domésticas de Amalia Avia.
Parada y Avia se conocieron en 1953 y, aunque no cursaron los estudios oficiales de Bellas Artes, se relacionaron con alumnos de la Escuela. Tras el nacimiento de sus hijas, Parada abandonó la pintura durante décadas, dejando que su marido, Julio López, se dedicara por completo a la escultura. Avia, sin embargo, sí continuó su carrera, exponiendo regularmente en Alemania y en España en las décadas de 1970 y 1980.
Moreno y Quintanilla se conocieron en 1954 preparando el examen de ingreso en la Escuela Superior de Bellas Artes y, tras obtener el título, las dos se dedicaron a la docencia. A partir de 1970, viajaron a menudo a Alemania con sus maridos, Antonio López y Francisco López, y participaron en exposiciones. Moreno renunció parcialmente a su carrera tras su matrimonio, retomando la actividad en distintos momentos.
La quinta sala se dedica a paisajes y vistas urbanas. Fuera de la ciudad, la artista se identifica con los campos abiertos de Castilla, Extremadura y de la sierra madrileña, representados en Paisaje de la dehesa en Santa Cruz de la Sierra (1976), Vista de Riaza (1990-1991) o Sierra de Guadarrama (1990-1991), aunque también muestra interés por el mar. En El Cantábrico (1973) y Mar (1980), el agua ocupa casi toda la superficie, no se ve la orilla, dejando solo la línea del horizonte para orientarse en el espacio. En esta sección se incluyen así mismo varias vistas de Madrid, San Sebastián y Roma.
Cuando Quintanilla pinta la naturaleza, se fija en la que tiene cerca. Los patios de sus casas y talleres son más modestos que los jardines de los impresionistas, pero cuentan con flores y árboles frutales que cultiva e incluye después en sus pinturas, por lo que son un importante espacio de inspiración y trabajo para la artista.
Los primeros ejemplos se remontan al periodo de Roma, cuando realiza varias vistas de los jardines de la Academia de España, en la que su marido reside y a donde acude a diario para visitarlo y pintar, como en El jardín de la Academia (1963). En esta sala se exhiben quince obras de los patios y jardines de Quintanilla de entre las décadas de 1960 y 1990, en las que se muestran limones, alhelíes, pensamientos, uvas, higueras y cipreses, y un busto de Francisco López, Retrato de Isabel (1972).
La estrategia que emplea fuera de casa es similar a la de dentro: desplaza el caballete o modifica la distancia que la separa del motivo para que el mismo asunto resulte diferente, como se aprecia en Tapia del estudio de Urola (1969) y Patio de Urola (el andamio) (1968), con una vista más cerrada o más amplia, que deja ver la tapia o llega a mostrar las fachadas de las casas colindantes.
La exposición se cierra con la escultura de Francisco López Figura de Isabel (1978) y un audiovisual con material inédito grabado a la artista mientras trabajaba en su estudio en la década de 1990.
El realismo íntimo de Isabel Quintanilla
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza
27 de febrero al 2 de junio de 2024
Comisaria: Leticia de Cos Martín
Número de obras: 104 obras; 90 de Isabel Quintanilla, 4 de Amalia Avia, 4 de María Moreno, 4 de Esperanza Parada y 2 de Francisco López