Las conclusiones del estudio invitan a la reflexión. Sostiene que el suministro mundial de gas natural caerá en las próximas décadas sin nuevas inversiones, lo que provocará shocks de precios más severos y frecuentes que los que se vivieron en los últimos dos años.
El punto de partida es que la demanda de gas como puente en la transición energética está destinada a perdurar. La creciente electrificación y el cambio climático hacen que este combustible sea necesario. Basta con pensar en el uso cada vez más intensivo de los sistemas de aire acondicionado con las olas de calor.
Sin embargo, los problemas vendrán del lado de la oferta de gas. Se espera que el suministro vaya a la baja. ¿La causa? El recorte del 58% que hubo en la inversión entre el 2014 y el 2020. Es cierto que desde entonces el sector ha vuelto a invertir, pero las distintas previsiones de consumo en las próximas décadas, dependiendo de en qué medida se cumplan los objetivos del Acuerdo de París, dificultan que haya equilibrio. Más bien vamos hacia una carencia. “El estudio demuestra cómo hay que ir hacia una transición energética más gradual. Acelerar el phase out –reducción progresiva– de los fósiles antes de tiempo puede crear desajustes, especialmente en el mercado del gas, que acabarán pagando los mismos consumidores”, advierte el catedrático de recursos energéticos de la Universidad de Barcelona Mariano Marzo.
“Restaurar un equilibrio sostenible en el mercado mundial del gas es imperativo y requiere abordar el déficit de suministro existente”, insiste la IGU en su estudio, elaborado con la ayuda de los consultores Rystad Energy y el operador de redes de gas Snam. Se necesitan inversiones “para hacer frente a la disminución natural de la oferta, la dinámica de la demanda global y el probable crecimiento en varias regiones”. En efecto, hay yacimientos próximos a su agotamiento y la producción de gas irá en declive. Así, el actual nivel de producción global de gas alcanzará los 4 billones de m3en el 2030, pero caerá a poco más de uno, un 75% menos, en el 2050.
El sector confía en que habrá futuros descubrimientos que podrían en parte compensar estos descensos, pero estamos en el campo de las previsiones. De mantenerse las tendencias de demanda actuales, la falta de gas empezará a notarse ya a finales de esta década. Incluso en la hipótesis de que se consiga reducir de forma sensible el consumo, puede que la oferta siga siendo insuficiente. Li Yalan, presidenta de la IGU, advirtió de que “la actual red de gas natural no satisfará la mayoría de las perspectivas de demanda posibles”. Tras el estallido de la guerra de Ucrania en el 2022, Europa ha intentado reducir el consumo de gas (sobre todo después del repunte de los precios). Y se puede decir que lo ha conseguido, con un descenso del 12%, gracias también a un invierno más suave de lo previsto.
Pero los acuerdos firmados con Qatar para el suministro de gas licuado (las importaciones a Europa aumentaron un 69%) reafirman que los europeos todavía apuestan por este combustible y que la demanda seguirá robusta. De hecho, a escala global la demanda en el 2022 tan solo se redujo un 1,5%. Hay sed de gas todavía. Renunciar a aumentar la producción puede tener un coste muy elevado.