Estas previsiones parten de la hipótesis de un mantenimiento de los precios energéticos en torno a los niveles actuales y tienen en cuenta el impacto venidero de las sucesivas subidas de los tipos de interés en 2023 así como una política fiscal menos expansiva (el único apoyo coyuntural que continúa son los fondos europeos). También incorporan la reversión de algunas de las medidas antiinflación. La ralentización de la economía procederá en parte de la demanda interna, con una aportación de 1,6 décimas, cinco menos que en 2023. La demanda externa se resentirá de la actual debilidad de la economía europea, de modo que restará una décima, frente a la aportación de tres décimas estimadas para el año pasado.
El menor tirón de la demanda y la esperada ausencia de un nuevo shock energético permitirán que la desinflación se afiance en 2024, aunque sin alcanzar los objetivos del BCE. El deflactor del PIB, la variable que mejor mide las tendencias subyacentes, aumentará un 3,5%, dos puntos menos que el año pasado. La desinflación será menos pronunciada en términos de IPC, con un incremento del 3,1% este año, cuatro décimas menos que en 2023. La reversión de las medidas antiinflación se traducen en un aumento de los precios al consumo estimado en seis décimas. No será hasta 2025 cuando tanto el deflactor del PIB como el IPC se aproximen al objetivo del 2%.
La desinflación facilitará el descenso de los tipos de interés a partir del verano, con una caída de la facilidad de depósitos del BCE hasta el 3,25% a finales de año y del Euribor hasta el 3%. El ciclo de creación de empleo continuará y permitirá reducir la tasa de paro hasta el 11,2% a final de 2024, nivel todavía muy elevado en comparación europea.
Esa resistencia del mercado laboral y la competitividad de las empresas españolas en el exterior son los dos factores que explican el favorable diferencial de crecimiento de España respecto a Europa. En un entorno de tipos altos, también es positivo el desendeudamiento de hogares y empresas. La deuda de los primeros ascendía al 48% del PIB en el tercer trimestre de 2023, la ratio más baja desde 2002 e inferior a la media de la eurozona (55%). En cuanto a las empresas, la ratio deuda/PIB ascendía en el tercer trimestre al 65,5%, también el registro más bajo desde 2002 y por debajo de la media de la eurozona, que en el segundo trimestre era del 68,8%. Sin embargo, la situación financiera es muy heterogénea entre empresas, algunas de las cuales se enfrentan a cargas financieras elevadas en un contexto de tipos de interés más altos que en la era de abundancia monetaria.
De cara a 2025, se parte de la hipótesis de una mejora del entorno europeo, algo que unido a la inflexión en la política monetaria ayudaría a elevar el crecimiento del PIB hasta el 2%, aún por encima de la media europea. La tasa de paro caería hasta el 10,6%. La ralentización de la economía en 2024, junto con el incremento de las cargas financieras generado por la subida de los tipos de interés, dificultarán la corrección de los desequilibrios presupuestarios. A falta de ajustes, el déficit se situará en el 3,5% del PIB en 2024 y la deuda pública superará el 107%, por encima de los niveles exigidos por las reglas fiscales europeas. El repunte de la actividad previsto para 2025 ayudará a contener el agujero presupuestario, aunque todavía se situaría en el 3,3%, mientras que la deuda bajaría apenas un punto porcentual. Conviene recordar que en el periodo 2019-2023, los ingresos tributarios se habrán incrementado un 9% en términos reales (descontando la inflación), mientras que el gasto primario lo habrá hecho un 11,8%, magnitudes difícilmente sostenibles en el tiempo.
El principal riesgo, a la baja
El principal riesgo para la economía sigue siendo a la baja. A corto plazo, la intensificación de las tensiones en torno al Mar Rojo podría desencadenar una nueva disrupción de las cadenas de suministros y de los intercambios comerciales, dificultando el proceso de desinflación. A medio y largo plazo, la persistencia de un déficit público elevado es un factor de vulnerabilidad para la economía española, en un contexto de reactivación de las reglas fiscales europeas y de retirada del apoyo del banco central, tanto en materia de tipos como de compra de deuda.
También preocupa la atonía de la inversión en bienes de equipo, una circunstancia que no ayuda a alentar las perspectivas de crecimiento de la productividad de la economía española. El estancamiento reciente de la inversión en bienes de equipo en España, que se encuentra por debajo de los niveles prepandemia, contrasta con la trayectoria creciente observada en el conjunto de la eurozona, donde supera dichos niveles.