Ahora, en pleno 2025, con la guerra entre Israel e Irán elevando las tensiones a niveles de petróleo ardiendo, parece que la inflación podría volver a hacer acto de presencia. Y con ello, el final de las bajadas de tipos que muchos inversores venían esperando.
Cuando los precios de la energía y los costes logísticos entran en el conflicto, no deja margen a los bancos centrales para estrategias acomodaticias. Suben los precios, se alargan los tipos altos… y de repente, las valoraciones de la renta variable, esas que vivían en una burbuja de euforia y negación, empiezan a tambalearse.
En el ámbito de la renta fija, la montaña de deuda pública emitida en tiempos de tipos cero ahora empieza a vencer. Y refinanciarla sale bastante más caro de lo previsto. Los gobiernos, que habían hecho sus cuentas con tipos rebajados, ahora se encuentran pagando intereses mucho más elevados.
Y mientras tanto, muchos actores del mercado siguen ignorando el entorno y confiando en que la tormenta pase sola. Pero mirar para otro lado nunca ha sido una estrategia de gestión de riesgos muy eficaz. La realidad, por más que la esquivemos, siempre termina enviando la factura. Y esta vez viene con recargo por ingenuidad acumulada.
Los mercados no entran en pánico.
El petróleo, que se disparó la semana pasada, ha subido poco esta mañana, a pesar de los enfrentamientos del fin de semana.
Y los índices bursátiles se mantienen relativamente estables.
La volatilidad y el índice del miedo han repuntado, pero sin dispararse.
Los mercados apuestan por un enfrentamiento breve y de impacto limitado.
En los próximos días sabremos si tienen razón.