Un conjunto de nueve obras emblemáticas de Velázquez, el Greco, Murillo y Goya que ha realizado este singular viaje a España gracias al apoyo de la Comunidad de Madrid. La exposición tiene como punto de referencia estas nueve obras de pintura española que custodia la Frick Collection. Todos ellas son obras excepcionales que permiten establecer relaciones estrechas con algunas piezas importantes del Prado y convertir esta exposición en una ocasión única e irrepetible. Así, junto a San Jerónimo del Greco cuelga Retrato de médico, que es su contrapartida en términos de retrato civil y de gama cromática gris; mientras que al lado de La expulsión de los mercaderes, de ese mismo pintor, se sitúa La anunciación, pues ambas muestran un uso equiparable de los recursos arquitectónicos para resolver la fuga espacial.
En el caso de Velázquez, el Felipe IV en Fraga, de la Frick, fue realizado en la misma época, el mismo lugar y con la misma tela que El primo. De su contemporáneo Murillo llega un Autorretrato 2 2 inscrito en un marco ovalado y pétreo, según una tipología muy característica del pintor, y que es común a Nicolás Omazur, del Prado, junto con el que se expone. También se muestran conjuntamente el Retrato de dama firmado por Goya en 1824, y el retrato de Juan Bautista Muguiro que este mismo artista realizó en 1827, lo que permite entender el alto grado de calidad que mantuvo el pintor en sus últimos retratos, y la originalidad del planteamiento pictórico que los singularizan.
Henry Clay Frick (1849-1919) labró una gran fortuna en las industrias, interrelacionadas, del carbón, el acero y los ferrocarriles. Sus orígenes como empresario se vinculan con Pittsburgh y sus alrededores, pero en 1905 se trasladó a vivir definitivamente a Nueva York, donde hizo construir un palacio neorrenacentista al arquitecto Thomas Hastings, en la Quinta Avenida.
Como muchos de los magnates de su tiempo, Frick desarrolló un fuerte interés por el arte europeo de la Edad Moderna y comienzos de la Contemporánea, y fue uno de los protagonistas de un capítulo fundamental en la historia del coleccionismo, por el que cientos de obras maestras cruzaron el Atlántico rumbo a América en las primeras décadas del siglo XX.
Una gran parte de ellas formarían en el futuro importantes museos. La colección que reunió Frick en su residencia neoyorquina, y que abriría sus puertas como museo en 1935, cuenta con obras de muchos de los pintores más importantes desde los inicios del Renacimiento, y se distingue tanto por el alto nivel de calidad de la mayoría de las obras, como porque responde a unos criterios de gusto muy definidos: sus cuadros fueron adquiridos para convivir con ellos, y eso condicionó el predominio de temas como el paisaje, el retrato, las escenas galantes, etcétera