Sin embargo, no basta con etiquetar una estrategia como «impacto» para que lo sea. Una verdadera inversión de impacto requiere una estrategia clara, una medición rigurosa y una gestión activa del impacto generado.
Desde Portocolom AV, creemos que el impacto no se mide con un informe al final, sino que se construye desde el principio. Por eso, en nuestro caso, el sistema de medición y gestión del impacto (IMM) está completamente integrado en el proceso de inversión: no es una capa separada ni un ejercicio de cumplimiento, sino una parte estructural de cómo invertimos, decidimos y hacemos seguimiento.
Una buena estrategia empieza con una buena Teoría del Cambio
Toda estrategia de impacto debería arrancar con una Teoría del Cambio sólida. No hablamos de una declaración aspiracional, sino de un marco claro que defina:
• Qué queremos lograr (definición de éxito).
• Qué debe ocurrir para que eso se materialice.
• Y cuál es nuestro papel como inversores.
Este enfoque permite alinear las decisiones de inversión con los resultados deseados y diseñar procesos de seguimiento coherentes.
Datos sí, pero con sentido
Uno de los principales retos que enfrentamos en la industria es la escasez de datos relevantes en fases tempranas, especialmente en fondos sociales o en geografías emergentes. A esto se suma una sobrecarga de métricas que, lejos de ayudar, muchas veces entorpece la toma de decisiones y desvía la atención del propósito.
El sector financiero, en su afán por avanzar, ha entrado demasiado rápido en el universo de los indicadores, sin preguntarse con suficiente profundidad tres cosas fundamentales:
¿Para qué los necesitamos? ¿Cómo los vamos a usar? ¿Y qué utilidad real tienen para mejorar el impacto?
La presión por estandarizarlo todo ha creado nuevas tensiones: métricas poco útiles, falta de contexto, riesgo de “impact washing” y desconexión entre narrativa e indicadores. En nuestro caso, pedimos a cada gestor que defina dos métricas faro: una de output (resultado directo) y una de outcome (cambio a medio o largo plazo). Y participamos activamente en comités de seguimiento para entender no solo los datos, sino la historia que hay detrás de ellos.
La adicionalidad no es igual para todos
Otra palabra clave en este terreno es adicionalidad. Pero no existe una única manera de evaluarla. En nuestro fondo Impulso Global, lo hacemos desde cuatro ángulos:
1. Estratégico: ¿La estrategia aborda retos relevantes y desatendidos?
2. Operativo: ¿El gestor aporta más allá del capital?
3. Engagement: ¿Existe una voluntad real de mejorar continuamente los resultados de impacto?
4. Catalizador: ¿El capital ayuda a desbloquear algo que, de otro modo, no sucedería?
Este enfoque nos permite distinguir entre fondos que simplemente “creen hacer impacto” y aquellos que realmente lo generan de forma intencional y medible.
IMM como herramienta para aprender, no solo para reportar
A lo largo de los años, hemos visto muchas tensiones en el mercado: GPs con excelentes narrativas pero sin indicadores sólidos; otros con informes impecables pero sin un propósito claro detrás. La desalineación entre GPs y LPs sobre qué significa “impacto” sigue siendo una barrera clave.
Por eso, nuestro mensaje es claro: el IMM debe ser una herramienta para aprender, corregir y decidir, no un ejercicio burocrático. Debe servir para construir mejores soluciones, no solo mejores informes.
Hacia una madurez real del ecosistema
El verdadero reto no está en tener más métricas, sino en tener mejores conversaciones sobre impacto. En entender el contexto, acompañar a los gestores en su evolución, y construir relaciones de confianza donde la transparencia y la mejora continua sean la norma. Como industria, tenemos la responsabilidad de madurar. Y eso no se logra midiendo más, sino midiendo mejor, y sobre todo, sabiendo por qué lo hacemos.
