«No hemos tenido recesión, pero ha sido [una recuperación] muy, muy lenta y exigua», ha afirmado, pero que sí ha estado acompañada de unos datos de empleo «excepcionales», tal y como demuestra el hecho de que la tasa de paro está en mínimos históricos. Lagarde ha explicado que sus previsiones contemplan una aceleración del crecimiento al entorno del 1,5% para 2025 y 2026 frente al 0,5% de este año. No obstante, ha contextualizado esta dinámica dentro de unas perspectivas macroeconómicas recientes que han sido «mediocres» para Europa frente a las de Estados Unidos. «2022 fue un año muy bueno para Europa y no lo fue para Estados Unidos. […] 2023 fue muy bueno para Estados Unidos y muy mediocre para Europa», ha sostenido.
Lagarde ha constatado que el actual diferencial entre el tamaño de las economías europea y estadounidense en favor de esta última responde a varios factores, entre los que se encuentran la crisis energética, que golpeó con más fuerza a Europa, pero también por la resaca derivada de la crisis financiera de 2008 y de la de deuda soberana o la naturaleza incompleta de la unión monetaria.
A esto habría que añadir el decalaje entre la productividad estadounidense, que ha avanzado un 6% desde 2019, y la europea, que solo lo ha hecho en un 0,6%. Esto explica que el crecimiento acumulado del PIB en Europa desde la pandemia haya sido de un 3%, la mitad que el de EE.UU.
El factor de China
La presidenta del BCE ha reconocido la relevancia de China en el concierto económico mundial, desde el papel de las materias primas o la estabilidad financiera hasta los flujos comerciales. A este respecto, Lagarde se ha hecho eco de las menores expectativas de crecimiento del gigante asiático que se ven agudizadas por el rápido envejecimiento de su pirámide demográfica y la caída de la población en edad de trabajar.
Como consecuencia, la abogada francesa ha apuntado a que China podría «transformar su maquinaria [industrial]» y aumentar sus exportaciones hacia los países no alineados, responsables del 50% del comercio global, para desprenderse de su «sobrecapacidad» en términos manufactureros dada la hostilidad y creciente recelo de Washington y Bruselas, respectivamemte.
Aun así, Lagarde no se ha pronunciado sobre si Europa impondrá medidas proteccionistas sobre las exportaciones chinas, pero sí ha mostrado su apoyo al «diálogo transatlántico» con Estados Unidos, como en el caso de las materias raras o los microchips, y ha tachado el camino de una «guerra de subsidios» como indeseable.
«Realmente creo que el comercio en igualdad de condiciones es esencial para el desarrollo del bienestar y favorecer la mejora de las relaciones entre los países, personas y agentes económicos. Avanzar hacia el proteccionismo ha sido una evolución terrible durante nuestra historia y ha provocado más guerras de las que hoy podemos siquiera imaginar», ha manifestado.
En cuanto a política monetaria, Lagarde ha descartado revisar el objetivo de estabilidad de precios definido en el 2% ya que «no se pueden cambiar las reglas tras empezar a jugar, […] y aún estamos en medio del juego». Además, aunque ha reconocido que el BCE no se encarga de los tipos de cambio de divisa, sí se vigilarán «muy de cerca» dado que estos movimientos sí pueden repercutir en el coste de la vida a través de una suerte de «inflación importada».
Lagarde también ha indicado que los déficits fiscales durante la pandemia ayudaron a sostener la demanda agregada y evitar el colapso de la economía justo en un momento en el que la política fiscal y monetaria iban de la mano, mientras que ahora pueden aflorar discrepancias entre el endurecimiento monetario del BCE y unas políticas fiscales laxas que ‘recalienten’ la economía. De su lado, la exministra de Economía gala ha defendido que el BCE analice el impacto del cambio climático sobre las condiciones financieras y macroeconómicas, pero que no lo incorporará al mandato del instituto emisor ya que entiende que el objetivo principal es la estabilidad de precios que permita el correcto análisis de los riesgos existentes.
En este sentido, Lagarde se he referido, por ejemplo, a como las sequías pueden impedir la navegación en el río Rin, lo que encarecería el transporte de mercancías, o a los impuestos al carbono, que son inflacionarios en el corto plazo por el aumento de costes, pero desinflacionarios en el medio plazo al limitar el impacto futuro del cambio climático sobre el tejido productivo.