La Reserva Federal de Atlanta mostró recientemente sus previsiones de crecimiento del PIB para el segundo trimestre de 2025, situándolo en el 2,5%, impulsado por sólidos datos macroeconómicos que, según el mercado, habrían reducido la probabilidad de recesión al 22%, frente al 66% registrado en abril. Esta mejora en las expectativas ha reforzado el apetito por activos de riesgo, reflejándose en un S&P 500 que acumula una subida superior al 30% desde los mínimos de abril. Sin embargo, no todo son buenas noticias. Las ventas minoristas de mayo cayeron un 0,9%, y la confianza del consumidor, medida por The Conference Board, se situó en 93 puntos, por debajo de las estimaciones. Aunque la tasa de paro bajó al 4,1%, esta mejora se explica en parte por una menor participación laboral (62,3%, mínimo desde diciembre de 2022). Si se mantuviera la tasa de participación de abril, el desempleo se habría incrementado hasta el 4,4%.
En cuanto a la inflación, el IPC de mayo repuntó ligeramente hasta el 2,4%, mientras que el dato subyacente se mantuvo en el 2,8%. El PCE, indicador preferido por la FED, se situó en el 2,3%, con un subyacente del 2,7%. Estos datos, junto con la fortaleza del mercado laboral, han llevado a la Reserva Federal a mantener los tipos en el 4,50%, y probablemente posponga cualquier movimiento hasta septiembre, a la espera de mayor claridad sobre los aranceles y la evolución del conflicto en Oriente Medio.
En la eurozona, el crecimiento se mantiene gracias al impulso fiscal, especialmente en Alemania. La primera revisión del PIB del 1T25 sorprendió al alza, situándose en el 1,5%, con unos datos de PMIs de junio que también ofrecieron señales positivas: el manufacturero subió a 49,5 y el de servicios alcanzó 50,5. La inflación, sigue contenida en Europa, con el IPC provisional de junio que repuntaba ligeramente hasta el 2%, mientras que la inflación subyacente se mantenía en el 2,3%. Esta evolución ha permitido al BCE mantener su política monetaria sin cambios, aunque se espera una nueva bajada de tipos en el último trimestre del año. Estos niveles de inflación otorgan al BCE mayor margen de maniobra para seguir flexibilizando su postura, no obstante, la incertidumbre geopolítica, la fortaleza del euro (que podría erosionar la competitividad de las empresas del continente), y la posible reactivación de los aranceles tras la moratoria (más posible aún tras las nuevas amenazas de Trump de este fin de semana), siguen pesando sobre las decisiones de inversión en Europa.
China por su parte continúa mostrando una estabilidad macroeconómica importante en el actual contexto global. El PIB del segundo trimestre podría mantenerse cerca del 5%, según estimaciones revisadas al alza por varios bancos de inversión. La producción industrial creció un 6,3% en mayo, y la tasa de paro se redujo al 5%. Los PMIs se mantienen cerca del umbral de expansión: 49,7 en manufacturas y 50,5 en servicios. La inflación, tras varios meses en negativo, volvió a terreno positivo en junio (+0,1%), aunque el índice de precios al productor (PPI) sigue en terreno contractivo (-3,6%).
El comercio exterior será clave para evaluar la salud de la economía china. Los datos de exportaciones e importaciones de junio, que se conocerán en los próximos días, permitirán valorar el impacto del reciente acuerdo comercial con EE.UU.
Los mercados de renta variable han mantenido su tono positivo, con los índices americanos liderando las subidas en las últimas semanas, y recuperando el terreno perdido en los primeros meses del año respecto a los índices europeos. Así, S&P 500 y Nasdaq acumulan un 4% de subida en el último mes, mientras que los principales índices europeos han retrocedido en dicho periodo (Eurostoxx 50 -0,2%). La volatilidad ha caído a mínimos desde febrero, y parece que los inversores se han acostumbrado a un entorno en el que Trump amenaza, pero luego retrocede (el ya famoso concepto de “TACO”, «Trump Always Chickens Out”), dándole todo el protagonismo a la fortaleza de los datos macroeconómicos.
Sin embargo, desde Portocolom estamos viendo varias señales que nos llevan a pensar que es prudente adoptar cierta cautela en cuanto a la asignación de activos en este momento de mercado. Los índices se encuentran en máximos (en algunos casos históricos), con unas valoraciones de compañías muy elevadas. La valoración de una empresa es un concepto que depende de los beneficios esperados futuros y de las tasas de descuento, por lo que para que sigan manteniéndose en estos niveles, además de ver bajadas de tipos, debería mantenerse muy sólido el crecimiento del beneficio, algo sobre lo que puede influir de manera importante (y negativamente) el desenlace de la guerra de aranceles. Además, el dividendo medio que ofrecen las compañías del S&P 500 está en mínimos desde 2002 (beneficio por dividendo ligeramente por encima del 1%), con unos rendimientos del Tesoro a largo plazo que se mantienen elevados (4,45% a 10 años), lo que no lleva al optimismo en cuanto a la evolución de la renta variable. En este contexto, donde los riesgos geopolíticos y comerciales sobre los que venimos comentando en los últimos meses, parecen ir al alza, hemos decidido adoptar una postura de prudencia, reduciendo nuestros niveles de exposición a renta variable e incrementando la liquidez.