Así, se ha suavizado el riesgo de recesión que emanaba de buena parte de las economías desarrolladas (principalmente la Eurozona), apuntalando las bases para un crecimiento que, en líneas generales, se espera más benigno gracias a la aceleración de la actividad a corto plazo.
A pesar de ello, este moderado optimismo continúa siendo insuficiente para desestimar los riesgos de un “aterrizaje fuerte” contemplados a lo largo de 2022, a los que se suman los recientes signos de inestabilidad financiera provenientes del sector bancario en ambos lados del Atlántico. Con ello, el momento cíclico se prevé que continúe transitando en la fase estanflacionaria, con un ritmo de actividad frágil y por debajo del potencial, de la mano de una política monetaria visiblemente más punitiva por el lado de la demanda, al tiempo que se espera una inflación prolongadamente superior a los objetivos marcados por los principales bancos centrales, aunque bajo una dinámica descendente que podría evidenciar cierta volatilidad por la comparativa con el año anterior en algunos componentes como la energía o los alimentos.
Por el lado de los catalizadores positivos de oferta, las cadenas de suministro han proseguido la senda de normalización, apoyadas por la moderación en los precios de las materias primas (principalmente las energéticas), el dinamismo del sector servicios (que continúa contribuyendo a retomar los patrones de consumo previos a la pandemia) y la reapertura de China, cuya fase de reactivación continúa apoyando una recuperación más amplia dada su elevada presencia en los engranajes de producción globales. En contrapartida, las tensiones geopolíticas han continuado friccionando una completa fluidez del comercio global, cristalizando la corriente proteccionista y la fragmentación multipolar, principalmente en torno a sectores estratégicos, como los semi- conductores, ciertos insumos básicos escasos con alta concentración y dependencia, así como el petróleo. Y por el lado de los factores de demanda, el optimismo obedece principalmente al comportamiento del empleo, cuyo dinamismo continúa sorprendiendo al alza. La situación del mercado laboral observada en el límite (en el contexto de paro friccional) revela que existe movilidad profesional entre vacantes (probablemente para captar mejoras de renta salarial), y que, en etapas de inflación elevada como la actual, esta sí responda a cambios en la actividad (como recoge la curva de Phillips), algo que no ocurría en períodos en los que la inflación era muy baja.
En contraparte, este mayor dinamismo en términos de actividad ha venido desembocando en un proceso inflacionista más pausado, con la lectura amplia que refleja el efecto positivo de la oxigenación de la oferta, pero con la lectura subyacente todavía recogiendo los efectos de la evolución positiva de la demanda y su impulso rezagado desde la rotación hacia el sector servicios. Así, se confirma que el punto máximo de la inflación parece haber pasado, tanto en las principales economías emergentes como en las economías desarrolladas, pero su reducción hasta los niveles objetivo de los bancos centrales se anticipa con un retraso respecto a lo anticipado anteriormente.
A este entorno, se han sumado recientemente las turbulencias en el sector financiero en los Estados Unidos y en Europa. Si bien el shock inicial tuvo un impacto considerable, con caídas en las valoraciones de todos los activos de riesgo, el flujo de noticias se ha venido estabilizando, de la mano de la acción de los reguladores financieros. Esta crisis de confianza, sumada a las presiones sobre los depósitos en competencia con alternativas en productos monetarios y de renta fija de alta calidad a corto plazo, aumenta las perspectivas de endurecimiento adicional en las condiciones crediticias, ya per se tensionadas por el momento cíclico de la política monetaria, ante la extensión de una visión más cautelosa sobre la asunción de riesgos. En consecuencia, es previsible una desaceleración (o incluso una contracción) del crédito, con efectos aún por determinar en el sector real y financiero, aunque, en todo caso, requerirán mayor esfuerzo en la gestión de la liquidez en un contexto de fragilidad.
Por lo que respecta a la política monetaria, los principales bancos centrales han continuado avanzando en el proceso de restricción y posterior normalización, tanto por el lado del balance como a través de los tipos de interés. Hasta este momento, ese esfuerzo ha llevado los tipos de interés hacia el territorio restrictivo a un ritmo históricamente elevado. Sin embargo, se espera que los próximos avances sean más bien marginales, posibilitando una eventual aceleración de la actividad y que las preocupaciones por la estabilidad de precios tornen hacia un enfoque por la estabilidad financiera.
Por último, el panorama geopolítico continúa lejos de desahogar el mapa de riesgos actual. Varios elementos se conjugan para perfilar este entorno: la guerra de Ucrania acumulando tensiones; el deterioro de las relaciones multilaterales; la acción de la Organización de Países Exportadores de Petróleo impulsando precios del petróleo más altos; la emergente búsqueda de alternativas al dólar tratando de destronar su papel como reserva mundial, y el efecto de otros acuerdos bilaterales y multilaterales como el de los BRIICSS (que incluye a India y Arabia Saudita), la Alianza RIC (Rusia, Irán, China) y el acuerdo de yuanes entre China y Arabia Saudita.
De esta forma, desde el punto de vista de las previsiones, en el escenario base considerado en este informe se observa un escenario de actividad global al alza (2,8% y 3,0% en 2023 y 2024), mientras que, en materia de precios, la revisión prevé una inflación media para 2023 y 2024 del 7,0% y 4,9%, respectivamente. Por su parte, en el escenario estresado (de naturaleza alternativa y más pesimista) se prevé un crecimiento económico global que se situaría en el 2,0% y 2,3% en 2023 y 2024, y una inflación promedio en el entorno del 7,4% y 5,4% para cada uno de esos años.