En efecto, hijo de un funcionario de ferrocarriles, Domenico Rosso, y de Luigia Bono, Medardo Rosso nació en Turín en 1858. Ya desde sus años de juventud rechazó los planes de su familia para que trabajara como administrativo y muy pronto empezó a estudiar dibujo, además de iniciar su labor como aprendiz de marmolista.
Tras su paso por el ejército, en 1882 ingresó en la Academia de Bellas Artes de Brera, pero sus ideas políticas revolucionarias y su oposición a los sistemas oficiales de enseñanza le costaron la expulsión. Esto no le impidió participar en exposiciones en distintas ciudades italianas y en Londres o Viena. En 1889 se mudó a París y entabló relación con algunos de los artistas e intelectuales más emblemáticos de la capital francesa. Rosso expuso cinco obras en el pabellón italiano de la Exposición Universal de París de 1900, y en 1904 presentó varios de sus trabajos en el Salón de Otoño, donde los confrontaba con fotografías de esculturas de Auguste Rodin. Desde hacía varios años la crítica debatía cuál de los dos artistas era el verdadero renovador de la escultura, alimentando una rivalidad que, debido al importante papel del escultor francés en el panorama artístico oficial, supuso el ensombrecimiento público de Rosso. En 1920 Rosso regresó definitivamente a Milán, donde, gracias a la ayuda de personajes como Umberto Boccioni, Carlo Carrà, Ardengo Soffici o Margherita Sarfatti, entre otros, su obra comenzó a gozar de cierto éxito. Medardo Rosso falleció el 31 de marzo de 1928 en Milán, aquejado de diabetes. Sobre su tumba se instaló una versión en bronce de su Ecce Puer. En 1929 su único hijo, Francesco, nacido en Milán en 1885, proyectó hacer en Barzio, cerca del lago de Como, un museo que albergara sus obras en un edificio de 1600 que es hoy el Museo Medardo Rosso.
Su trayectoria artística en la capital francesa se desarrolló, sin embargo, ensombrecida por la poderosa influencia de Rodin, hasta el punto de que, a la muerte de este, Guillaume Apollinaire escribiría: «Rosso es ahora, sin lugar a duda, el más grande escultor vivo. La injusticia de la que este prodigioso escultor siempre ha sido víctima no está siendo reparada». Contemplada retrospectivamente, la producción más experimental de Rosso adelanta muchas de las preocupaciones de artistas posteriores a él tales como Constantin Brancusi, Alberto Giacometti, Lucio Fontana o el más contemporáneo Thomas Schütte. Frente a una escultura concebida como expresión de lo inmutable, basada principalmente en la masa y el volumen, Rosso desmaterializa sus piezas y se ocupa de ellas partiendo de la impresión que el recuerdo de lo contemplado le ha producido.
En este afán por captar la emoción, trabaja en grupos temáticos y elabora obras que parecen iguales entre sí, sin serlo: ha cambiado el espacio en el que se ubican, la luz que incide sobre ellas, el punto de vista, la cantidad de materia de la que surgen. En esos grupos, que retoma una y otra vez a lo largo de los años, dándoles un nuevo sentido, el escultor incorpora una huella pictórica, y en muchas de sus piezas ahonda en su carácter bidimensional, sin modelado en la parte trasera, lo que determina el punto de vista y la altura desde donde se ha de contemplar la pieza, así como la búsqueda de su integración en el espacio. De este modo se aleja del método de representación tradicional y propone un nuevo modo de contemplación totalmente subjetivo y basado en la emoción. En la obra de Rosso, escultura, fotografía y pintura se unen en un mismo proceso creativo de forma transversal, sin que ninguna de las disciplinas sea más importante que el resto, un modo de trabajar que, como ya hemos señalado, será característico de muchos de los artistas que estaban por venir.
En su contemporaneidad, Rosso creó piezas casi abstractas, profundamente novedosas, que mostraban en su fragilidad la del mundo en el que vivía —en el que vivimos—, convirtiéndose así en uno de los pioneros de la escultura moderna. La exposición que hoy presentamos incluye cerca de trescientas obras, entre esculturas, fotografías y dibujos. El recorrido no sigue una secuencia cronológica, sino que se centra en los grupos escultóricos más emblemáticos que el artista realizó a lo largo de su trayectoria y hace hincapié en la idea que el propio Rosso tenía de su obra; esto es, que se trataba de una práctica en la que debía retomar una y otra vez el trabajo sobre las mismas piezas, otorgándoles un sentido distinto en cada ocasión.
Claves para entender a Rosso
Medardo Rosso experimental: Durante mucho tiempo la tradición escultórica se basó en la concepción clásica de la disciplina, fundamentalmente escultura ornamental y aquella que homenajeaba a reyes y personajes ilustres traducida en monumentos conmemorativos. Por ello, cuando las teorías en torno a esta práctica comenzaron a evolucionar a mediados del siglo XIX, muchos escultores se encontraron con que su trabajo no era bien recibido por el público: aquello que no se ceñía a los preceptos de la tradición académica era rechazado. Rosso sufrió este tipo de incomprensión. Si durante los primeros años de su trayectoria realizó obras más del gusto del mercado artístico, a partir de 1883 el autor comienza a explorar un nuevo tipo de trabajo en el que prima la creación artística como proceso y que se aleja de la representación mimética de la realidad circundante. En estas obras se centra la exposición: piezas revolucionarias y libres que adelantaron, con mucho, las ideas de los grandes escultores del siglo XX.
Los grupos temáticos: A partir de un cierto punto de su trayectoria, Rosso trabaja durante cerca de veinte años en variaciones y repeticiones de una misma obra, ya sea en escultura o fotografía. Hace distintas versiones de un mismo tema en cera, en bronce y en yeso. Cada una de ellas es distinta a la precedente, aunque nazcan de una primera impresión. Se convierte en un continuum espacial como proceso creativo que el artista deja abierto a los ojos del espectador.
Los modelos: Como modelos para sus esculturas, Rosso solía utilizar en su mayoría a gente común, a menudo humilde y marginal, con la que coincidía en su quehacer diario. Esta práctica no era una novedad, pues se había extendido desde finales del siglo XIX y era algo habitual en pintores como Edgar Degas o Henri Toulouse-Lautrec y en escritores como Charles Baudelaire, quien se refería a estos individuos como los «héroes de la vida moderna». Lo que buscaba Rosso, sin embargo, no era representar una escena sino captar una idea, una visión fugaz: el desamparo, la inocencia o la pobreza eran algunos de estos conceptos de carácter abstracto que trataba de transmitir, y son en gran parte estas ideas lo que otorga a sus piezas la fuerza que emanan.
La impresión, que no el impresionismo: En cada una de las versiones de sus obras, Rosso trataba de retener la visión mental o la ‘impresión’ que tenía de lo que había contemplado. Hablar de ‘impresión’ no quiere decir, sin embargo, que Rosso fuera un escultor impresionista, como en ocasiones ha señalado la crítica. Lo que hace el artista es abstraer lo visto y guardarlo en la memoria para desarrollarlo posteriormente una y otra vez, tanto en sus grupos temáticos como en las fotografías de estos. Tal y como él mismo señaló en una ocasión, «nunca he estado con los impresionistas, ni franceses ni extranjeros».
MEDARDO ROSSO
PIONERO DE LA ESCULTURA MODERNA
Fechas: Del 22 de septiembre al 7 de enero.
Fundación MAPFRE (Paseo de Recoletos, 23. Madrid)