Por un lado, las incertidumbres se acumulan: guerras abiertas en Ucrania, Israel o Pakistán, tensiones crecientes en Asia y Europa, dudas sobre la política monetaria de la Reserva Federal, niveles de deuda soberana que desafían la sostenibilidad y tasas de inflación que repuntan cuando parecía que estaban controladas. Por otro lado, los mercados financieros, impulsados por una liquidez sin precedentes desde 2020, siguen encontrando motivos para el optimismo.
Los bancos centrales inundaron de liquidez el sistema durante la pandemia, y esa ola expansiva aún marca el pulso del mercado. En la eurozona, la masa monetaria M2 alcanzó en mayo de 2025 un máximo histórico de 15,7 billones de euros, mientras que en EE. UU. superó los 22 billones de dólares, cifras que hablan por sí solas. Ese exceso de liquidez busca destino: se dirige a activos tecnológicos, con un Nasdaq en máximos históricos, y a los metales preciosos, con el oro también en cotas récord.
La paradoja es evidente. A pesar de la inestabilidad geopolítica y de los riesgos financieros latentes, los inversores se comportan como si no hubiera alternativa a seguir participando en el mercado. En el corto plazo, el flujo de capital puede seguir sosteniendo estas valoraciones. Pero en el medio plazo, la tensión entre fundamentos (deuda, inflación, tipos de interés inciertos) y precios de activos (en máximos) obliga a la prudencia.
El reto para el inversor no es sencillo: distinguir dónde hay valor real y dónde solo hay espuma. La disciplina, la diversificación y la gestión del riesgo se vuelven más necesarias que nunca. En tiempos de liquidez abundante, el mercado puede parecer un mar en calma, pero basta una sacudida —una decisión inesperada de la Fed, un conflicto que escale, un repunte inflacionario más persistente— para que la marea cambie de forma brusca.
En definitiva, la historia reciente nos recuerda que la liquidez puede amortiguar los golpes, pero no los elimina. La resiliencia del mercado es real, pero también lo son sus vulnerabilidades. Y entre ambas fuerzas, el inversor debe navegar con la vista puesta en el horizonte y los pies bien anclados en la realidad.