Meta amplió la vida útil de sus servidores a 5,5 años desde 2025, esto supone un recorte aproximado de casi 3.000 millones de dólares en depreciación anual que pasan a mejorar la foto de los beneficios netos finales, siguiendo la lógica contable GAAP.
Alphabet, en una línea similar, ya trabaja con ciclos de seis años, en lo que un día redujo la depreciación en unos 3.900 millones y elevó el beneficio neto alrededor de 3.000 millones.
El problema es que Oracle, Amazon o Microsoft han llevado a cabo movimientos similares. Sin embargo, no hablamos necesariamente de un debate contable, sino económico. Si el hardware de IA se queda viejo en menos tiempo (2 o 3 años, como de hecho puede sugerir la velocidad actual del sector) esa depreciación extendida estaría sirviendo para suavizar beneficios hoy a costa de un capex más intenso mañana.
El riesgo para el mercado es que se esté subestimando esta diferencia entre vida útil teórica y vida útil real. Y al estar en un nuevo ciclo de innovación, esta cuestión suscita más incertidumbre alrededor de estas medidas.
El cálculo de Burry apunta a una depreciación acumulada entre el año que viene 2026 y 2028 que superaría los 176.000 millones de dólares. La cifra en sí es discutible, pero la conclusión es relativamente realista o razonable. Si las tech están siendo demasiado optimistas con sus estimaciones, el ajuste llegará vía más capex, márgenes más estrechos y revisiones contables menos bonitas de cara a la galería.
No se trata de anticipar desplomes, sino de recordar que la IA no es solo una historia de crecimiento, sino que dicha estructura que está empezando a fundamentar los cimientos de la evolución actual también exige un ciclo de reposición muy rápido y cada vez más caro. Por ahora, no aparece plenamente reflejada en las cuentas ni en las valoraciones.
No obstante, el mensaje de fondo no es que las cuentas estén manipuladas o maquilladas, ni siquiera que la narrativa de la IA vaya a quebrarse, sino que el mercado quizá esté pasado por alto un matiz relevante: el ritmo al que se debe renovar infraestructura si la tecnología sigue avanzando a pasos agigantados como en la actualidad.
Y el desenlace tampoco tiene que ser catastrófico, ya que puede convertirse en un problema, o en un coste asumible dentro de un ciclo de crecimiento sólido, dependiendo de la evolución de ingresos y eficiencia operativa.
La tesis de Burry puede invitar a vigilar esta brecha, pero no a asumir una catástrofe al nivel de la crisis 2008. En cualquier caso, el peor escenario se traduciría en una importante contracción de múltiplos y un baño de realidad para sanear posibles excesos presentes, pero no en un deterioro de los modelos de negocio más potentes a nivel mundial.
El posicionamiento a la baja de Michael Burry sobre Nvidia y Palantir no cuestiona la calidad de las compañías, sino lo que el mercado espera de ellas, sumado a unos múltiplos difícilmente justificables.
El foco de Nvidia está en sus márgenes y el crecimiento porcentual de los mismos. Llevan dos años a niveles de triple dígito, niveles extraordinarios. Sin embargo, el mercado actúa como si fueran indefinidamente sostenibles, algo que no tiene sentido. Es por ello que la apuesta de Burry es lógica, si la inversión en IA se consolida (no hablamos de un declive, solo de una ralentización y consolidación) tendrían muy poco margen de defensa para seguir batiendo expectativas. No es necesario un deterioro grave, basta con que las expectativas de crecimiento dejen de mejorar al ritmo que el mercado ya descuenta.
En compañías de este estilo, sometidas en varias ocasiones al “wow effect” (superar las expectativas del analista más optimista de la compañía), el margen de error es mínimo, y es que incluso batiendo resultados previos, una ligera mejora inferior a lo que el mercado esperaba puede interpretarse como señal bajista.
Con Palantir ocurre un caso parecido. Ha sumado contratos gubernamentales relevantes, ha mejorado márgenes a un ritmo muy saludable, pero cotiza a múltiplos extremadamente altos. De nuevo, el problema no reside en la calidad del negocio, sino que cotiza como si no hubiera espacio para errores. Cualquier retraso en ingresos o contratos bastaría para comprimir múltiplos y que los precios de las acciones se ajusten bruscamente.
Estos movimientos encajan con la narrativa que Burry construye desde su regreso público (advertencias sobre exceso de euforia en torno a la IA, el cierre de su fondo en 2025 y el anuncio de un proyecto propio al margen de las exigencias regulatorias y de cumplimiento normativo adheridas a su actividad profesional hasta la fecha. Con lo cual, es evidente que prepara una tesis mucho más amplia.
Podríamos resumir en que su perspectiva es que las estrellas de la IA no están caras por lo que ganan hoy (motivo más que justificable) sino por lo que se espera que ganen mañana. Y cuando el nivel de exigencia es tan alto, la debilidad suele aparecer antes en las valoraciones que en los fundamentales del día a día.”
