Morse es un sujeto singular del que se sabe poco de su vida privada, pero que es un excelente policía y con una mente especial para resolver los enigmas que suele plantear cualquier asesinato. Arisco, pero a la vez paciente, necesita gente a su lado, pero no los trata con confianza, elogia, pero es duro, tiene corazón pero no lo demuestra habitualmente. En esta novela elige al sargento Lewis, casado con un niño muy pequeño para que le ayude en la investigación, pero la mayor parte de las veces es como el chico de los recados sin que Morse le haga partícipe de todo lo está sucediendo. Lewis aparece como un hombre bueno, inocente, retraído a veces ante la petulancia de Morse, pero que no le guarda ningún rencor por sus desplantes, sino que está feliz por poder trabajar por un inspector famoso.
El caso a resolver es el del asesinato de una chica joven, que un miércoles por la noche hace autostop con otra chica a la que dejan antes y ella va hasta un pub y en el amplio patio que sirve de parking aparece brutalmente asesinada. Las pesquisas van dirigidas, en el primer momento a la chica que la acompañaba y al hombre que les cogió en su coche. Morse desde el primer momento se hace una idea del caso y hasta del asesino, pero según van avanzando el caso tiene que rectificar algunos datos y en el espacio de poco más de un mes consigue resolverlo ante la perplejidad del sargento Lewis y del mismo lector.
La novela no es fácil de seguir, es compleja, con una serie de situaciones inmorales que cuesta poder entender, quizá en parte porque se van desgranando poco a poco. La lectura se puede hacer ligeramente pesada por el modo de narrar del autor pero tampoco es una novela que se vaya a abandonar.