Las tensiones del mercado y las presiones a las que se enfrentan hoy los bancos estadounidenses más pequeños recuerdan a la crisis de las cajas de ahorros y préstamos (S&L, por sus siglas en inglés) que tuvo lugar entre 1986/1995 en Estados Unidos y que provocó la quiebra de casi un tercio de las 3.234 asociaciones de cajas de ahorros y préstamos. En aquel entonces, las asociaciones de ahorro y préstamo competían con las empresas patrocinadas por el gobierno para equilibrar las hipotecas a tipo fijo a 30 años. En la actualidad, podemos encontrar similitudes con la cartera hipotecaria de 98.000 millones de dólares de First Republic. En esa época, como hoy, el ritmo de las subidas de tipos perjudicó la rentabilidad de los bancos y aumentó la vulnerabilidad, especialmente de los más pequeños, frente a la fuga de depósitos. Pero, hemos visto que todo esto tiene remedio.
Así y hasta ahora, los responsables políticos han actuado con rapidez para controlar la situación, recurriendo a viejos y eficaces trucos para proporcionar liquidez al mercado a través del acceso a préstamos de emergencia y líneas de swap. Esta última medida, la línea de swap, sirve de respaldo del sector financiero: cualquier gran banco del mundo que pueda depositar buenas garantías en el Banco de Inglaterra, el Banco Nacional Suizo, el Banco Central Europeo o el Banco de Japón puede obtener dólares de su banco central (que obtiene dólares de la Reserva Federal estadounidense) cualquier día de la semana. Es como una ventanilla mundial de descuento de dólares destinada a evitar la escasez del billete verde en el sistema. En la crisis anterior, estos mecanismos ayudaron a recuperar la estabilidad, y cabe esperar que vuelva a ocurrir. Pero este respaldo de liquidez -que no es en modo alguno comparable con el Quantitative Easing- no se destinará a la economía real. Eso es lo que debería preocuparnos.
Mayor riesgo de recesión en Estados Unidos.
Cuando publicamos a finales del año pasado nuestras previsiones para 2023, no éramos partidarios de la recesión. En aquel momento, el nivel de crédito que entraba en la economía no era coherente con una recesión. Nuestra teoría se basaba en una economía que se encaminaba hacia un periodo de expansiones y contracciones de rápida oscilación, con un crecimiento más moderado y un desempleo en aumento, pero aún bajo. La mayoría de las empresas no estaban dispuestas a renunciar a los empleados que tanto les costaba contratar, aumentando así el riesgo de «zombificación» del empleo.
Pero las cosas están a punto de cambiar. Los bancos estadounidenses, faltos de liquidez, han tomado prestadas grandes cantidades de dinero de la Reserva Federal. Desgraciadamente, no creemos que se utilicen estas reservas bancarias para ofrecer créditos. Esto es el principal riesgo macroeconómico, que los bancos ralenticen el impulso del crédito. ¿Por qué? En una economía muy apalancada como la actual, se necesita un flujo constante de crédito para generar crecimiento económico. En Estados Unidos -donde los mercados de capitales desempeñan un papel clave en la generación de crédito- los bancos siguen representando alrededor del 40% del crédito privado. Y para las PYMEs, que representan una importante huella macroeconómica, el endurecimiento de la banca es un gran problema. Seguimos pensando que es demasiado pronto para pronosticar una recesión en Estados Unidos, ya que carecemos de datos macroeconómicos que la respalden. Pero la nueva dinámica amenaza con acelerar bruscamente una posible recesión.
¿A qué hay que prestar atención ahora?
Harán falta semanas o incluso meses para evaluar mejor la situación macroeconómica. El nivel de incertidumbre actual es inusualmente alto. Mientras tanto, debemos vigilar los valores respaldados por hipotecas y los diferenciales crediticios, especialmente en Estados Unidos. Las condiciones de los préstamos interbancarios no servirán de mucho, al menos a corto plazo y tras la aplicación de los backstops. Las presiones serán muy difíciles de vigilar en tiempo real. Suponemos, además, que los banqueros centrales intensificarán su comunicación con el sector bancario para asegurarse de que no surgen nuevas tensiones en el mercado. En nuestra opinión, no hay riesgo material de que se produzcan retiradas masivas de fondos. Pero los participantes del mercado deben poner el foco en el impacto de las tensiones sobre las condiciones generales de los préstamos y las debilidades estructurales más profundas de los bancos más pequeños. Este es el posible elefante en la habitación de Estados Unidos. Los bancos más pequeños representan un enorme 67% de los préstamos inmobiliarios. Según el Fondo Monetario Internacional, los bancos estadounidenses más pequeños conceden préstamos al sector inmobiliario por valor de 2 billones de dólares.
Europa también tiene problemas, aunque por ahora parecen menos graves. Las subidas de los tipos de interés y la menor asequibilidad del sector inmobiliario también están desestabilizando el panorama financiero y macroeconómico europeo. Estamos empezando a ver las consecuencias del fin de la política de tipos negativos, sobre todo en los países donde los préstamos hipotecarios se fijan a tipos variables (básicamente en la mayor parte de Europa). En Grecia, las ejecuciones hipotecarias siguen aumentando (especialmente desde que el Tribunal Supremo ha permitido a los fondos de inversión privados extranjeros comprar propiedades y revenderlas, alimentando así la especulación inmobiliaria). En Suecia, el mercado inmobiliario residencial está sufriendo una de las peores caídas del mundo, con un 16% del valor de la vivienda aniquilado en el último año, después de que los tipos más altos alimentaran las hipotecas variables. Y esto aún no ha terminado. El banco central sueco, el Riksbank, prevé que la caída alcance el 20% desde su nivel máximo de hace un año. En el Reino Unido, las concesiones de hipotecas se hunden debido a la subida de los tipos. Según la Oficina de Estadísticas Nacionales, el coste mensual de una nueva hipoteca aumentó un 61% en el año hasta diciembre de 2022 para una vivienda de tipo adosado. Y los datos siguen aumentando. Sin embargo, aún es demasiado pronto para evaluar las implicaciones macroeconómicas exactas de todo esto. No se verá en cuestión de semanas, sino de meses. Lo que es seguro es que no augura nada bueno y que las perspectivas macroeconómicas son cada vez más preocupantes.