Hace algún tiempo se decía que si uno quería no ser vigilado o espiado tenia que usar un viejo móvil. Uno de aquellos primeros modelos que solo podían llamar o mandar mensajes, pero no tenían capacidad ni para fotos, ni para redes del tipo que fuesen. Y así el mercado de esos viejos aparatejos experimentó un subidón que aguanto unos meses, porque en seguida los nuevos y maravillosos móviles los barrieron del mercado porque la potencia de las redes y el uso de ellas era imprescindible para ser alguien en cualquier ambiente y no digamos en el político, en el que el uso de twitter resultaba imprescindible, además de que a través del móvil llegan las consignas del partido o lo que es mas importante dado el ritmo al que se mueven los políticos, las instrucciones de La Moncloa.
Así las cosas, parecía que el mundo era perfecto y que las comunicaciones eran mas fluidas y eficaces que nunca, hasta el punto de que incluso los espionajes vis móvil habían pasado a otra esfera de las comunicaciones porque las contramedidas que se tomaban eran mas que suficientes.
Y de `pronto “ete aquí que “los grandes personajes del politiqueo cutre y fontanero se han visto involucrados en un enorme embrollo político festivo que les puede, de hecho ya se lo ha producido, generar un gran problema personal y profesional que los termine apartando de sus funciones e incluso conducirles a la cárcel por varios delitos y ninguno de ellos agradable.
Y para colmo de males, aunque policía y juez no logren redescubrir sus conversaciones y mensajes, todos verán como el borrado es el peor de los remedios posibles, puesto que ya la duda sobre su delito no es que desaparezca, sino que todos entendemos que lo que ha desaparecido es incluso mucho peor y mas grave que lo que probablemente aparecería en el teléfono.
Hoy por hoy la moda del borrado, realizado con ánimo de ocultar algo se ha convertido en una prueba mas del delito, al menos en eso que se ha dado en denominar juicio de papel.
Así que la moda se ha vuelto en contra de sus propios protagonistas.