La economía española inicia el curso 2025-2026 con cierta ventaja. El contexto internacional es frágil. Europa sigue ofreciendo síntomas de debilidad. En EE. UU., la Administración Trump llena de grietas los pilares que sostienen su economía, y en China la crisis inmobiliaria no toca fondo. En cambio, la economía española cuenta con una demanda interna sólida y con capacidad para seguir impulsando el crecimiento si el contexto internacional lo permite, y si supera con éxito los principales retos con los que se abre el curso.
El PIB del 2T 2025 confirmó el buen momento que atraviesa la economía española. El ritmo de avance trimestral se situó en el 0,7%, una cifra ligeramente superior a la esperada, que se sustenta fundamentalmente en la demanda interna y, sobre todo, en el consumo privado y la inversión. Tras unos años bajo el liderazgo de la demanda externa, el momento en el que se produce el relevo es especialmente propicio. La normalización de los tipos de interés por parte del BCE, una posición financiera del sector privado globalmente saneada y el crecimiento de la población actúan, y previsiblemente seguirán actuando, como puntos de apoyo. El escenario de CaixaBank Research contempla un crecimiento del 2,4% para 2025 y del 2,0% para 2026, pero tras los últimos datos publicados es probable que la realidad supere estas previsiones –que revisaremos el mes que viene–. El mensaje destaca ante el frágil contexto internacional.
Para consolidar el actual ciclo expansivo es fundamental que el crecimiento de la actividad sea sostenible, que no se generen nuevos desequilibrios y que se corrijan los existentes. En este sentido, uno de los principales retos de la economía española se encuentra en el sector inmobiliario. La demanda de vivienda ha crecido con fuerza los últimos años, así lo atestigua el aumento de los hogares y de las compraventas de vivienda. En cambio, la oferta de vivienda está reaccionando lentamente y de forma insuficiente para cubrir tal demanda. La presión sobre los precios de la vivienda es el principal reflejo de este desajuste. Como detalla el Informe Sectorial Inmobiliario que CaixaBank Research acaba de publicar, el déficit de vivienda acumulado los últimos años es superior al medio millón. Un desequilibrio de tal magnitud costará de corregir y, por tanto, las presiones sobre los precios probablemente se mantendrán elevadas a corto plazo. Es urgente reaccionar con determinación y acierto para frenar este desajuste, y empezar a corregirlo cuanto antes.
Un segundo frente al que hay que dedicar especial atención son las cuentas públicas. La deuda pública española se ha corregido de forma gradual pero sostenida en los últimos años. Todo apunta a que finalmente este año el déficit se situará por debajo del 3,0%, un hito que reforzará este proceso y ayudará a diferenciar la situación de la economía española de la de otras economías actualmente en el punto de mira de los inversores, como EE. UU. y Francia. Ambas presentan un déficit público superior al 6% y hay serias dudas sobre su capacidad para dar la vuelta a esta situación. La amenaza de un repunte de las primas de riesgo soberanas vuelve a planear en los mercados financieros y, cuando esto sucede, a muchos inversores les cuesta diferenciar entre economías. No hace falta ir muy atrás en el tiempo para tener buenos ejemplos de ello. En este contexto, es importante aprovechar el buen momento de la economía para reforzar el compromiso con el ajuste de las cuentas públicas españolas, y ofrecer la máxima visibilidad y credibilidad posible sobre la evolución de los ingresos y los gastos a corto y medio plazo.
Finalmente, también hay que prestar especial atención al sector exportador. Gran parte del éxito reciente de la economía española se sustenta en la apertura comercial de su tejido productivo. Ante el colapso de la demanda interna ocasionado por la crisis financiera, hace ya casi dos décadas, muchas empresas se esforzaron para abrirse paso en el mercado internacional. Así se salvaron muchos empleos y, con el paso de los años, así se crearon muchos más. La apertura internacional también ha servido como catalizador de la mejora de la productividad de muchos sectores y, a nivel macroeconómico, ha permitido mantener un amplio superávit comercial que ha ayudado a reducir el elevado endeudamiento exterior. El nivel de aranceles finalmente impuesto por la Administración Trump ha sido inferior al planteado inicialmente, pero el acuerdo parece frágil –¿quién sabe si mañana el presidente de EE. UU. cambiará de idea?–, y en cualquier caso las tensiones geopolíticas globales obligan a la máxima prudencia. En este contexto, es imprescindible apoyar al sector exportador para que siga ampliando y diversificando su base de clientes internacionales. Si se corrigen los principales desequilibrios económicos y se conjugan el dinamismo de la demanda interna y la demanda externa, el ciclo expansivo de la economía española será diferencial.