Cuando el diputado de la Chunta Aragonesista adscrito a Sumar, Jorge Pueyo, pinchó el globo de la legislatura el pasado martes afirmando que si Pedro Sánchez no aprueba los Presupuestos, «debe convocar elecciones», no hizo más que repetir una convicción que, en privado, suscribe la mayoría en el PSOE. La consigna oficial de Moncloa es que «de esto no se habla» y es obligado proyectar la ficción de que existe alguna posibilidad de sacar adelante las cuentas públicas. Pero no es real. Como tampoco lo es que exista una interlocución con los socios del Ejecutivo en un contexto en que la llave de la gobernabilidad, que tiene Puigdemont, no permitió a sus interlocutores, Rodríguez Zapatero e Illa, «ni siquiera hablar» de las cuentas públicas en sus últimos encuentros. Por ello, el Ejecutivo ha empezado a proyectar escenarios. Y uno de ellos es el electoral.
y lo curioso es que lo que ha insuflado moral a los estrategas gubernamentales no es el resultado del PSOE, sino el de Vox, que se sitúa por primera vez en el 20% de intención de voto en la mesa demoscópica de Moncloa. Sin embargo, los expertos en demoscopia del PSOE cogen con pinzas sus resultados e incluso califican de «excesivo» el 30,4% para el PSOE frente al 27,4% del PP. Según sus cálculos, el PSOE «baila» entre la primera y la segunda posición, aunque en la mayoría de muestras el PP se sitúa en cabeza con una cierta ventaja. Es casi un empate técnico, habida cuenta de que la distancia entre ambos se sitúa en el margen de error de la encuesta (más/menos 2%). Pero lo importante en demoscopia no es el dato, sino la tendencia. PSOE y Vox suben, se retroalimentan, y el PP, baja. Los de Núñez Feijóo siguen en cabeza, pero acusando un desgaste progresivo –he aquí la buena noticia para el PSOE– derivado de su «incapacidad de marcar la agenda política» y «forzado a ir a rebufo del Gobierno y de Vox».
Queda esperar a que se consolide la tendencia de Vox que se observa «desde hace meses». Si se confirma, en el Gobierno y en el partido miran a la primavera de 2026, concretamente el mes de marzo, para la llamada a las urnas. Aunque sus hábitos también consolidan tendencia: ninguna de sus legislaturas ha llegado a término. Y especialmente relevante es la primera, cuando uno de sus socios (ERC) tumbó los Presupuestos en febrero del 2019 y el Gobierno convocó elecciones para el mes de abril, en primavera. El Gobierno no cumplió los plazos y presentó las cuentas públicas fuera de plazo (enero 2019) tras prorrogar los del año anterior. Mientras la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, sigue retrasando el horizonte de su presentación, que en Moncloa fijan en torno al mes de noviembre, suben las apuestas por un adelanto electoral tras el fracaso presupuestario. Sobre todo teniendo en cuenta que Sánchez tiene que aprovechar su última mano y la marca de la casa: hacer de la necesidad virtud.