Al mismo tiempo, se reafirma la expectativa de una desaceleración cíclica a largo plazo. Esta desaceleración está tardando más de lo esperado, comparado con los estándares anteriores, lo que sugiere cautela. Esta prudencia está influenciada tanto por las políticas fiscales y monetarias pasadas, que aún prolongan la fase expansiva, como por los efectos retardados de los cambios económicos. Estos incluyen rezagos cortos y largos, procíclicos y contracíclicos, que podrían contraponerse, incluso en un momento en el que los tipos de interés nominales sean bajos. Además, la salida de un periodo de alta inflación es cada vez más clara y menos accidentada, lo que tiene repercusiones positivas, como la recuperación del poder adquisitivo. También hay señales de que los desequilibrios post pandemia están quedando atrás.
En resumen, el panorama es más equilibrado, pero dentro de un contexto geopolítico que sigue siendo tenso.
Esto obliga a los bancos centrales a ser prudentes en sus próximos pasos de política monetaria, ya que no pueden aplicar una hoja de ruta fija sin nuevos datos. Por el lado de la actividad económica, la senda de crecimiento, aunque moderada, se espera que siga cumpliendo con tasas que se adecuan al ritmo considerado como potencial (alrededor del 3%), desafiando las preocupaciones en torno a una posible recesión y ofreciendo cierta fortaleza en las métricas clave.
Así, las previsiones de crecimiento del PIB global se situarían en torno al 3,2% para 2024 y 3,0% para 2025. La solidez de los datos de la economía de los Estados Unidos sigue ofreciendo un apoyo en cierta medida tranquilizador y agrega el combustible que otras regiones desarrolladas no consiguen aportar, en particular la Eurozona, cuyas condiciones para mostrar un desempeño más equilibrado se debilitan ante la incapacidad de hacer frente a los desafíos estructurales.
En las economías emergentes, por su parte, se mantiene el rumbo previsto en la anterior edición de este reporte, en sintonía con una demanda exterior más favorable, un contexto de condiciones financieras menos estricto y situaciones de endeudamiento, en general, más saneadas. Sin embargo, queda expuesta a una elevada incertidumbre la previsión de China, sin prácticamente cambios, sujeta a posibles revisiones en el futuro próximo en función del calaje de las recientes medidas anticíclicas anunciadas, así como de la capacidad para definir un rumbo suficientemente claro. En el otro lado de la balanza, la inflación sigue volviendo a los niveles objetivo a una velocidad de descenso más favorable de lo anticipado, con menos baches de los que expone el delicado mapa de riesgos (en particular en el frente geopolítico) y con un sacrificio en términos de empleo más benigno, factores que liberan de cierta presión a los bancos centrales.
No obstante, algunos de estos vientos de cola podrían no ser tan favorables en el futuro próximo y, como muestra, se observa cierta persistencia en los precios de los alimentos y la revaluación de la prima geopolítica en el petróleo. A pesar de ello, el equilibrio sigue siendo favorable en la balanza de riesgos, reforzando los argumentos a favor de cerrar el capítulo de la restricción monetaria, y favoreciendo avanzar hacia retomar el hito de alcanzar la tasa neutral.
Bajo este contexto, y si bien se anticipan más benignas las cifras de inflación global para 2024 y 2025 (4,2% y 3,4%, respectivamente), la nota negativa reside en las bandas de confianza, que siguen ofreciendo unos márgenes menos ciertos debido a los riesgos de cola, no solo respecto a la geopolítica, sino también a las posibles implicaciones de una política comercial menos predecible, lo que invita a mantener la guardia alta y a no dar por concluida la lucha contra la inflación.
Estos argumentos, per se, son lo suficientemente convincentes como para mantener vigentes las probabilidades tanto de cumplir con las perspectivas del escenario base, como para transitar de forma fluida hacia un escenario estresado (escenario de riesgo), en donde la dinámica que emana de los conflictos en Europa y Oriente Medio podría desembocar en una secuencia de acontecimientos que escalen la tensión y provoquen un renovado shock de oferta con consecuencias estanflacioanarias.
Este supuesto se traduciría en una merma del crecimiento a la economía global (3,0% para 2024 y 2,6% para 2025) y sumaría una décima de punto porcentual a la inflación para el periodo de proyección, postergando con ello los planes de vuelta al equilibrio de los bancos centrales y de disciplina fiscal por parte de los gobiernos, pero sin implicaciones suficientes como para provocar un cambio de dirección.