Cada uno de nosotros tiene un nivel distinto de entendimiento y experiencia con esta tecnología, y eso hace difícil encontrar un punto común desde el que arrancar. Por eso, lo primero es aclarar de qué estamos hablando exactamente.
No todo lo que se vende como inteligencia artificial lo es. Hay que distinguir entre un sistema que automatiza tareas siguiendo reglas predefinidas, como un chatbot que responde según el flujo de preguntas y respuestas configurado por un humano, y uno que realmente aprende, razona y toma decisiones por sí mismo. Eso último, sí es IA.
En países como Estados Unidos, la inversión en inteligencia artificial ya es muy notable. Solo en 2024, se destinaron $109 billones a desarrollos relacionados con la Inteligencia Artifical. No es casualidad. La IA es hoy una palanca de cambio a todos los niveles. Pero hay que entender algo fundamental. Esta tecnología no es un fin en sí misma, sino un instrumento, y como tal, debemos saber cómo, cuándo y para qué utilizarla.
En Kaavan lo tenemos claro, uno de los principales retos en el uso de la IA es ser pragmáticos. No se trata de subirnos al carro de todas las herramientas nuevas que aparecen, sino de identificar qué queremos conseguir y cómo podemos usar esta tecnología como un medio eficaz, tangible y, sobre todo, rentable. Rentable no solo desde un punto de vista económico, sino también en términos de tiempo y recursos. Por ejemplo, en el sector de la automoción, ya se utiliza la IA para optimizar la dinámica de los precios. Analizamos la demanda del mercado, la estacionalidad, el stock disponible y dejamos que las herramientas saquen conclusiones que nos ayuden a fijar precios competitivos y eficaces. También aplicamos esta tecnología en el análisis de inventario, lo que permite tomar decisiones más rápidas y fundamentadas sobre el stock.
A nivel de marketing digital, el impacto de la IA ya es innegable. Google recibe más de 96 mil millones de búsquedas semanales, y ChatGPT supera los mil millones. Bing, por ejemplo, ya no consigue mantener ese ritmo. Esto ha transformado la forma en la que los usuarios buscan en internet, y en consecuencia, ha revolucionado también cómo hacemos publicidad.
Google ya ofrece respuestas generadas por IA que requieren una calificación como “opinión positiva” u “opinión negativa” para validar su utilidad y seguir aprendiendo. Además, ha lanzado nuevos formatos publicitarios, como Vehicle Listing Ads para vehículos en stock, sin que el usuario tenga que hacer una búsqueda explícita y sin que tenga que visitar la web final. Estamos en la era de la hiperpersonalización, y la publicidad ahora se adapta a la navegación, los gustos y los comportamientos de cada usuario. WhatsApp, por ejemplo, ya va a comenzar a mostrar anuncios personalizados en sus canales y stories.
Otra consecuencia directa es que las campañas ya no se miden en clics aislados. Son multiformato, porque consumimos contenido de forma multicanal.
Un algoritmo publicitario no alcanza su rendimiento óptimo hasta pasados unos 15 días. Y la segmentación ya no se limita a edad o sexo. Google sabe mucho más sobre nosotros, nuestros intereses, hábitos, localización, patrones de búsqueda…
La IA también se ha convertido en una aliada para la creación de contenido. Hoy es posible generar imágenes, textos o creatividades completas simplemente introduciendo correctamente el prompt en plataformas como Freepik. Sin embargo, no podemos pasar por alto los retos éticos. Hablamos de desinformación, sesgos en los algoritmos, uso malintencionado de la IA, dudas sobre derechos de autor en los contenidos generados e incluso el aumento de la brecha digital al concentrarse esta tecnología en manos de las grandes corporaciones, que son las que pueden invertir en ellas. Estamos ante un cambio que transformará profundamente a las generaciones actuales y futuras, y debemos ser responsables con ello.
Por eso, me hago una pregunta que muchos también se plantean: ¿cómo podemos usar la IA en nuestro día a día sin volvernos locos y sacarle verdadero partido? Las respuestas son muchas, y empiezan por tareas tan simples como usarla para elaborar planes financieros, analizar datos, redactar argumentos comerciales, generar scripts para llamadas o preparar contenido web. La clave está en dejar de verla como algo mágico y empezar a tratarla como lo que es: una herramienta para ser más eficaces, más creativos y más analíticos.
La IA ha venido para quedarse. Pero si no definimos bien nuestros objetivos, corremos el riesgo de perder el tiempo, dinero y foco. Desde mi perspectiva, el objetivo es claro, debemos utilizar esta tecnología de forma ética, útil y alineada con la necesidades reales del sector de la automoción. Porque, al final, no se trata de que la IA puede hacer, sino de lo que nosotros decidimos hacer con ella