La crisis por la que atraviesa el Partido Socialista Socialista Obrero Español, desencadenada por los procesos judiciales que involucran a algunos de los colaboradores cercanos de Sánchez, es en realidad solo la punta del iceberg. Más allá de las razones atribuibles a hechos contingentes, lo que se confirma es en realidad una crisis que afecta a la izquierda europea desde hace tiempo, atrapada en fronteras políticas y culturales de las que lucha por salir. Y sería simplista reflexionar sobre ello sólo con referencia a los fracasos electorales registrados por los partidos de izquierda en todas las últimas elecciones. Y menos aún con referencia a hechos judiciales individuales que no sabemos qué desarrollos y conclusiones pueden tener.
De hecho, más allá de las características peculiares de los distintos escenarios nacionales, lo que ahora está claro es la dificultad de la izquierda para encarnar en Europa un proyecto político organizativo capaz de responder a los grandes cambios económicos y sociales que se han producido en los últimos años y de reunir un consenso mayoritario en la sociedad. La crisis de una globalización descontrolada ha pesado tan negativamente en las sociedades más desarrolladas, con una fuerte aceleración de los procesos de individualización social determinada tanto por los cambios en el mundo del trabajo como por la revolución de la información y la tecnología.
Por lo tanto, la izquierda se ha mostrado decididamente desplazada por las nuevas preguntas que este escenario ha propuesto, al igual que se ha replegado ante fenómenos estructurales impactantes, como el de las grandes migraciones, con toda la carga de miedos e inseguridades que han traído consigo. Todos aspectos a los que la izquierda ha seguido respondiendo con categorías de análisis y un lenguaje que se han mostrado completamente incapaces de alimentar un proyecto de gobierno diseñado para el conjunto de la sociedad. El resultado ha sido un giro identitario que, paradójicamente, se ha distanciado de la izquierda, en primer lugar, precisamente de los que eran los grupos sociales tradicionales de referencia. Reduciéndose a posiciones y batallas que siempre criminalizaron cualquier opinión que no pudiera ser rastreada hasta la suya como una amenaza para la democracia. Dejando de lado, sin embargo, que uno de los grandes problemas que plantean los cambios que se están produciendo es precisamente el de cómo renovar y adaptar la democracia so pena del riesgo, en este caso sí, de derivas autoritarias.
La confirmación de estas dificultades de la izquierda europea surge más recientemente precisamente en el proyecto europeo, cuya necesidad se hace cada vez más indispensable para proteger los intereses de nuestros países y desempeñar un papel protagonista en esta delicada fase geopolítica. Hoy la izquierda europea, con muchas contradicciones internas, oscila entre los que siguen re-planteando una idea de Europa que, además de no contar con la mayoría de los europeos, no parece capaz de hacer de nuestro continente un protagonista en el escenario global actual.
Entre otras cosas porque se oponen a las opciones que se consideran necesarias para revitalizar un nuevo y fuerte proyecto europeo tanto en el ámbito de la seguridad como en el de la migración, por mencionar los dos temas principales de la agenda.