El hombre es Mr Silvera. Se entrecruzan unas miradas en el avión en el que Mr Silvera capitanea un grupo de turistas.
Teóricamente al llegar a su destino y mostrarles la ciudad de una manera bastante peculiar, debería acompañarles a un crucero por el Mediterráneo, pero se queda en Venecia. Y allí vuelven a encontrarse los dos y comienza un enamoramiento delicado, pero profundo. Mientras ella es todo apertura y da a conocer su trabajo y sus amistades, Mr. Silvera es todo misterio y el contacto con él está lleno de sorpresas, desde la profusión de idiomas que conoce tanto occidentales como orientales, su desparpajo para recorrer la ciudad y conocer todos los lugares menos conocidos y su historia, su cultura artística y literaria y las heridas que surcan todo su cuerpo.
Mr Silvera insiste en conocer los cuadros que se están poniendo a la venta y examinarlos con detalle. Entre los cuadros descubre un intruso, un cuadro que se ha introducido dentro del lote y dice que es un cuadro actual, el retrato de un conocido miembro de una familia alemana muy introducida en Venecia desde hace siglos; no se sabe si debajo puede haber otra pintura valiosa, pero el misterio se mantendrá hasta el final.
Van a una cena organizada por una amiga veneciana y allí después de visitar la judería se sucederá una entrevista con la dueña que suscitará los celos de la narradora, la especialista en arte y que acabará por sumarse al misterio que rodea a Mr. Silvera. Al final se descubrirá quién es este personaje tan peculiar, tan atractivo, tan escurridizo, tan atemporal.
No es fácil clasificar este relato que va arrastrando al lector de un sitio a otro, a través de una escritura culta, brillante, con referencias literarias y artísticas que van dando a la narración un fuerte carácter de clasicismo, que encantará a un público culto.
El amante sin domicilio fijo
Fruttero & Lucentini
págs. 271