Los capítulos nos muestran a una escritora que sabe hablar de ella misma sin cansar, sin ser pesada y que enseña una filosofía de la vida en la que la literatura es el centro. Desde pequeña, aunque tenía una miopía grande, de ahí viene el título por los grandes ojos de los peces de profundidad, no dejó de leer con esa pasión que le lleva al lector a formar parte de la escena.
Va pasando por tres colegios, es bilingüe desde el primer momento y en todos ellos se muestra con una fuerte capacidad de enfrentarse a los acontecimientos y de saber siempre por donde tiene que ir. Vivió intensamente con su hermano pequeño al que le hacía partícipe de sus cuentos inventados y que sabía aguantarla porque no era capaz de estar sin hablar. En el colegio también triunfó cuando un profesor cansado de su verborrea le mandó que se pusiera a escribir y que luego lo leyera a toda la clase. Eso fue el momento en que descubrió la fuerza de su escritura cuando del niño más bruto de la clase brotó una lágrima al escuchar su relato.
Al filo de sus experiencias descubrimos su madurez, que ella achaca al haber nacido a los diez meses, y que su padre sentenció en su 18 cumpleaños cuando le aseguró que cuando nació ya era mayor de edad. Y junto con esto lo que significa el oficio de escritor, que lleva emparejado mucho trabajo, mucha lectura de autores variados, muchos momentos malos, mucho borrar y desechar y una gran capacidad de observación de personas, ambientes y cosas.
Una colección de relatos sobre ella que nos pueden enseñar mucho a nosotros con su ágil escritura que propicia una agradable lectura.
Peces abisales
Rosa Ribas
Tusquets (2024)
219 págs.