En 2023, a pesar de su carácter esencial del sector, los consumidores en todo el mundo reestructuraron sus hábitos para equilibrar el presupuesto familiar frente a la elevada inflación y el aumento de los tipos de interés. La mayoría de los indicadores sugieren que la desinflación de los próximos meses se traducirá en un descenso de los precios mundiales de los alimentos, aunque se mantendrán por encima de los niveles de 2019.
Estas previsiones de crecimiento están sujetas a importantes riesgos geopolíticos y climáticos que amenazan con frenar el crecimiento de la industria, especialmente en los segmentos y geografías más expuestos. El fenómeno de El Niño, que suele durar alrededor de un año, genera un tiempo caluroso y seco en Asia y Australia y lluvias más intensas de lo normal en Estados Unidos y Sudamérica. En estas regiones, las malas cosechas o la interrupción del suministro podrían ejercer presión sobre los precios. Además, la evolución de la guerra de Ucrania, el conflicto entre Israel y Hamás y los ataques de los Houthi a los portacontenedores en el corredor del Mar Rojo podrían provocar perturbaciones en los precios de la energía y los alimentos.
En la Unión Europea, la evolución del sector estará condicionada a la previsible ralentización general de la subida de precios, el aumento de los salarios, la solidez del mercado laboral y la bajada de los tipos de interés. El sector afronta cambios relevantes en los hábitos de consumo. Estos incluyen la reducción de comidas fuera del hogar, una mayor sensibilidad a los precios, la primacía de marcas blancas en detrimento de otras de mayor calidad, y cambios en la dieta como la sustitución de huevos por carne roja o el mayor protagonismo de los vegetales.
Aunque este sector tiene mayor capacidad de crédito que otras industrias, el endurecimiento monetario iniciado en 2022 se ha traducido en condiciones más restrictivas y un menor acceso a la financiación bancaria, lo que podría impulsar el incremento de los impagados en sus operaciones B2B. Las explotaciones agrícolas, los pequeños productores y los minoristas convencionales son los que experimentan mayores presiones de liquidez. La intensa competencia presiona los estrechos márgenes y su poder de negociación frente a los grandes minoristas y las tiendas de descuento en todos los mercados europeos y genera una incapacidad para trasladar el incremento de los costes laborales, energéticos, logísticos, del envasado o de las materias primas.
Esta situación lleva a muchos productores y transformadores de alimentos a pedir líneas de crédito para financiar sus necesidades de capital circulante. Mientras, las grandes empresas tienen un acceso más fácil al crédito. No es el caso de las pymes, que presentan situaciones financieras más frágiles y un mayor riesgo de impago.