Así sucede en el Alentejo, la región más rural de Portugal, donde el alma de la tierra puede encontrarse en lo que producen sus habitantes: del mármol al pan, de las telas de lana a los vinos fermentados en tinajas de arcilla. En este territorio, las fábricas, minas, talleres y museos abren sus puertas a los visitantes para enseñarles el pasado y el presente a través de su producción.
Bajo las tierras alentejanas se ocultan tesoros de mineral y piedra. Para conocer la historia de extracción de la región, no puede faltar la Ruta del Mármol, un recorrido por las localidades de Borba, Estremoz y Vila Viçosa, tres “ciudades del mármol” en las que este material adorna edificios y plazas. Además de recorrer el patrimonio arquitectónico, la ruta incluye paradas en canteras y talleres de talla donde los visitantes pueden incluso probarse en este antiguo arte.
La minería, otro de los oficios que han marcado la región, ha dejado vestigios en Aljustrel, cuyo Parque Minero invita a conocer la geología local, los paisajes alterados por el hombre y el legado de generaciones de mineros; o en el Museo Minero de Lousal (Grândola), que pone a disposición de los curiosos una fascinante colección de documentos y herramientas antaño empleadas.
En esta región conocida como “el granero de la nación” y rica en sabores auténticos que van de la tierra a la mesa, la industria agroalimentaria continúa siendo la más importante. Al pasar por el Alentejo, el viajero encuentra colinas salpicadas de olivos que producen un exquisito aceite. Esta herencia es salvaguardada por el Museo del Aceite en Marvão, una almazara como las de antes que ofrece degustaciones y muestra el recorrido de la aceituna por máquinas y prensas tradicionales hasta su transformación en el afamado oro líquido.
Otro de los productos más icónicos de la región es el vino, que puede degustarse en las diferentes bodegas familiares que cultivan las tierras generación tras generación. Uno de los más especiales es el Vino de Talla, fermentado de forma artesanal en vasijas de arcilla según una tradición romana de hace más de dos milenios. En Vila de Frades, el Centro Interpretativo do Vinho de Talha organiza experiencias sensoriales y visitas guiadas para conocerlo a fondo. Más allá del vino, la destilería Black Pig Alentejo también produce ginebra y ron con un enfoque ecológico.
En el recorrido gastro no puede faltar una parada en Rio Maior. Allí, sus históricas salinas —en funcionamiento desde el siglo XII— son un espectáculo visual y cultural, y en la misma localidad, la Sociedade Panificadora Costa & Ferreira produce pan artesanal horneado en leña, todo un símbolo de la gastronomía regional. Adicionalmente, el Museo de la Harina de Santiago do Cacém, que preserva la historia de su antiguo molino, complementa la experiencia.
Los pueblos del Alentejo preservan una variada tradición artesanal, con auténticas obras de arte hechas a mano a partir de materiales como la arcilla, el corcho o la lana. En Reguengos de Monsaraz, la Fábrica Alentejana de Lanifícios Fabricaal elabora sus célebres mantas en telares manuales desde 1930. Con el tiempo, estas piezas se han convertido en objetos de diseño, manteniendo viva la identidad textil alentejana.
En Alcáçovas, la fabricación de chocalhos (un tipo de cencerro utilizado en el pastoreo), era la principal actividad económica de la localidad durante el siglo XIX. Ahora, este arte ha sido reconocido por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial. En el taller de Chocalhos Pardalinho, los visitantes pueden ver cómo se forja a mano cada pieza, e incluso adquirir un ejemplar a modo de souvenir.