Según un análisis realizado por Catenon, siete de cada diez directores generales en España reconocen no haber conseguido desconectar totalmente durante sus vacaciones. La mayoría admite que, aunque redujo el ritmo, dedicó entre una y dos horas diarias a revisar correos, atender llamadas o tomar decisiones que no han podido esperar.
El patrón observado es común entre directivos de distintos sectores. Las vacaciones se viven a medio gas: las jornadas laborales no desaparecen, simplemente se acortan y se desplazan hacia horarios más tardíos, comenzando en torno a las diez o diez y media de la mañana y dedicándole 1 o 2 horas al día. Los fines de semana —viernes, sábado y domingo— se convierten en los únicos días en los que los líderes consiguen, o al menos intentan, desconectar de verdad.
En cuanto a la duración, lo más habitual ha sido tomarse dos semanas de vacaciones, muchas veces fraccionadas en periodos más cortos. Durante ese tiempo, han sido los segundos al mando —directores generales adjuntos, directores financieros o directores de operaciones— quienes han sostenido la operativa. Este relevo temporal refuerza la relevancia de contar con equipos robustos y preparados, capaces de asumir peso estratégico en ausencia del primer ejecutivo.
Además, el sentido de la responsabilidad absoluta ejerce presión sobre el directivo que asume que debe estar siempre disponible, incluso en vacaciones. Un dato importante es que solo ellos asumen esta falta de desconexión en el trabajo y entienden que sus empleados y equipos dediquen de manera plena sus vacaciones a un descanso sin ningún tipo de conexión con la empresa. Buscan ofrecerles un buen equilibrio entre la vida laboral y personal. E incluso se puede ver el caso de empresas innovadoras que han comenzado a ofrecer días libres adicionales para asuntos personales, cumpleaños, semanas laborales intensas, etc.
El regreso de septiembre, según los directivos consultados está marcado por la intensidad en los desarrollos de negocio, en la innovación y la transformación. Además, perciben que la inestabilidad mundial, las disrupciones geopolíticas y el cambio de paradigma de las TI, los lleva a estar muy encima de sus negocios.
Y es que septiembre es el mes más honesto del año para el liderazgo. Es el momento en el que se revela la capacidad de los directivos para gestionar bajo presión, equilibrar negocio y personas, y transmitir confianza en medio de la incertidumbre. La forma en la que se afronte este arranque no solo determinará el cierre del ejercicio, sino también la cultura y la solidez de las organizaciones en los meses siguientes.