El caso del calor es diferente, porque se unen varios factores: no es tan fácil evitarlo, tenemos una población cada vez más envejecida, existe un aumento aún pequeño pero sostenido de las temperaturas, y la combinación de estas con la humedad en las zonas costeras genera un bochorno insoportable. Por otro lado, los estándares de bienestar han cambiado: ya no aguantamos con facilidad situaciones que antes nos parecían tolerables, como hacer un largo viaje en coche o en tren sin aire acondicionado.
Estar fresco en verano no sale gratis, por lo que las muertes por extremos meteorológicos tienen un gran sesgo social. La aplicación descuidada de modelos y métodos de ciencias sociales a las ciencias naturales puede ofrecer la impresión de que hay «muertes por calor» aunque en realidad lo que hay es fallecimientos por pobreza y vulnerabilidad. Nadie se muere porque la Puerta del Sol –que es una plaza pública, no una terraza– esté por encima de los cuarenta grados, sino por tener que trabajar al sol, o por no poder pagarse el aire acondicionado en casa o en el coche.
Pero no sólo fallece gente porque se agraven sus dolencias, o porque a un cuerpo débil le resulte más complicado adaptarse al calor y a la humedad. También hay tragedias que serían evitables si se siguieran unos consejos sencillos y de sentido común, de las que se han venido aplicando toda la vida en un país con climas continentales, mediterráneos y áridos, como el nuestro, y especialmente en las tierras de «nueve meses de invierno y tres de infierno».
El primer consejo, obvio, es beber mucha agua. Los médicos dan este consejo para todo tipo de males, desde el resfriado hasta la gripe, pero en el caso del calor del verano, es evidente que no hay que dejar que el cuerpo se deshidrate. Sudar es una de las estrategias del cuerpo para refrigerarse y seguir su marcha. Si no tenemos agua y sales en el depósito nos pasa como a los coches, que acabamos sobrecalentados y dejamos de funcionar.
Otro consejo de siempre es estar a la sombra y no hacer esfuerzos cuando el sol pega fuerte. No hay ninguna necesidad de salir a correr a la una de la tarde. Respecto al bronceado, tomar el sol porque sí, es una moda que no es buena para la piel. El sol es necesario para el cuerpo, pero le bastan unos pocos minutos de exposición.
A mediodía es cuando más cuidado se debe tener. Una siesta corta es una actividad que genera muchos beneficios en cualquier estación, pero en verano podemos aprovechar para disfrutar tranquilamente de otras actividades a la sombra después de dar una cabezada en un ambiente fresco. Podemos leer libros, charlar, o escuchar música. No hay necesidad de apresurarse y salir a la calle cuando el ambiente es sofocante.
Ventilar las estancias y mantenerlas en penumbra, baldear los patios y las aceras, y refrescarse siempre que sea necesario, son otras acciones sensatas de mitigación, y prácticas que se han venido haciendo desde siempre. En nuestra cultura tradicional sólo permanecían bajo el sol a los que no les quedaba más remedio, generalmente campesinos y trabajadores poco cualificados. En algunos trabajos de hoy puede seguir siendo complicado evitar la exposición directa, pero si no se puede trabajar con aire acondicionado, no hay que pasar demasiado tiempo al sol. Y, si se puede, conviene mover un poco el horario para evitar las horas de más temperatura. La hora más fresca del día es justo antes de amanecer.
Los ciudadanos de nuestro país podemos hacer muy poco para disminuir el calentamiento del planeta. En verano, conviene centrarse en nuestro bienestar personal y en cómo mitigar el calor, adaptando nuestras actividades al nuevo estado del clima. Hay que estar tranquilo, descansar, comer sano, beber agua, buscar la sombra, y si se tiene que trabajar, adecuar el ritmo y los horarios al ambiente.