Es una de las conclusiones del libro ‘Ante una década crítica: percepciones y perspectivas del empresariado español sobre su entorno, imagen y responsabilidad social’, editado por Funcas, que recoge y analiza voces de empresarios sobre cuestiones por las que no se les suele preguntar ni de las que acostumbran a hablar. Lo hace cinco años después de que Funcas publicara Más allá de los negocios. Miradas y visiones de empresarios sobre la economía, la sociedad y la política; cinco años decisivos que han marcado el comienzo de una “década crítica”, la tercera del siglo XXI.
Basado en una encuesta a 400 empresarios y directivos y en 60 entrevistas personales, el libro traza un panorama marcado por preocupaciones. Así, dos terceras partes de los encuestados creen que su imagen en la sociedad es negativa (10%, muy negativa; 56%, bastante negativa), mientras que solo un 14% la califica como positiva. La mitad, el 49%, percibe que esta ha empeorado en el último lustro. Sin atribuir causas directas a ese empeoramiento de su consideración social, los empresarios a menudo traen a colación el discurso desfavorable del que, en los últimos años, han sido objeto en la esfera pública. Además, juzgan tanto más injusta su baja consideración en la sociedad cuanto que se perciben como actores que cumplen con su parte en el contrato social, contribuyendo al crecimiento económico y al del empleo.
El empresariado español identifica la sobrerregulación y la burocratización como las mayores debilidades estructurales del entorno empresarial español, con la consiguiente saturación de unas administraciones públicas superpuestas y, a menudo, descoordinadas, y su ineficiente funcionamiento. La percepción de inseguridad jurídica y de mal aprovechamiento de la presión fiscal -considerada desproporcionadamente alta en relación con la calidad de los bienes y servicios que provee el Estado- completa una visión poco estimulante para la actividad empresarial que afecta más a España que a otros países europeos. En ese sentido, casi seis de cada diez encuestados creen que España no es un buen país para poner en marcha una empresa.
En cuanto a los ámbitos de actuación pública más necesitados de reforma, los encuestados señalan, sobre todo, la administración y la función pública (48%), la fiscalidad (41%) y el sistema educativo (40%). A las críticas sobre el contexto institucional y político, suman la ausencia de articulación entre el sistema educativo y el productivo, la incongruente planificación y gestión de la inmigración y el debilitamiento de los valores de esfuerzo y laboriosidad, intrínsecos a cualquier acción de emprendimiento.
Pero pese al tenor negativo de estas apreciaciones, los empresarios otorgan más peso a las oportunidades que a los riesgos y valoran las fortalezas del país, que identifican en la pujanza de determinados segmentos de la sociedad y de la economía productiva.
Las mujeres y los hombres que forman parte de la élite empresarial valoran la creciente participación de las mujeres en el empresariado y en la dirección de las empresas, pero comparten la visión de que esta aún es insuficiente. Ellas y ellos defienden que, en la empresa, la búsqueda de talento y capacidad debe prevalecer sobre cualquier consideración de género, por lo que rechazan –ellas con tanta o más vehemencia que ellos– las cuotas como un instrumento para conseguir la igualdad de género en el empresariado. Las entrevistadas atisban un futuro con mucho mayor protagonismo femenino en las empresas como consecuencia de cambios culturales que, en última instancia, también redundarán en una mayor confianza de las mujeres en sí mismas. Como causas de la infrarrepresentación de las mujeres en la alta dirección de las empresas, los empresarios y directivos mencionan con mayor frecuencia la dificultad para conciliar la actividad empresarial y la vida familiar. Casi uno de cada dos hombres opina así, pero entre las mujeres la proporción baja a los dos quintos.
El colectivo empresarial resume la sucesión de crisis durante los últimos años como un periodo de inusual dificultad y exigencia de adaptación a factores exógenos, que, sin embargo, los ha fortalecido ante las contingencias futuras que dan por descontadas en un entorno internacionalmente inestable e imprevisible. El impacto de la pandemia y las medidas restrictivas adoptadas para afrontarla supusieron una gran conmoción para las empresas, pero estas reaccionaron ajustando sus capacidades, aprovechando lo aprendido en crisis anteriores y aplicando nuevas maneras de producir y organizarse. Ante el colosal shock pandémico, muchas empresas activaron sus propios recursos e hicieron uso de los que las administraciones públicas pusieron a su disposición, con el propósito de resistir y la vista puesta en la postpandemia.
En retrospectiva, la pandemia no se percibe como el acontecimiento exógeno con mayor impacto negativo de esta década. Así se desprende de una pregunta de la encuesta a los empresarios y directivos: en una escala entre 0 (efectos muy negativos) y 100 (muy positivos), el aumento de los precios de suministros y componentes (19,7), la crisis energética (25,9) y los problemas de abastecimiento (25,9) se han vivido más negativamente que la pandemia y las consiguientes restricciones a la actividad (35)