Pero el problema no es el aplazamiento – del que hablaremos-, sino la posición en la que queda Puigdemont si mañana no pasa nada y todo sigue igual.
En efecto, el gobierno y todas sus terminales mediáticas de ministro a botones se llenaron la boca diciendo que eso de la moción d confianza era la mayor tontería política de la historia porque era una decisión exclusiva del presidente del gobierno y que no harina ni caso a las pretensiones del prófugo.
Vamos, mas o menos que ni puñetero caso.
Sin embargo, hoy a la hora de tomar la decisión la mesa no ha actuado con esa pretendida dureza y mas bien, solo se ha atrevido a un pequeño “volapié” o aplazamiento de la decisión de llevar o no a Pleno la Proposición No de Ley que reclama la celebración de un examen legislativo a Sánchez.
Es probable que ello se deba a unas negociaciones en curso pendientes del Constitucional y su postura definitiva sobre la ley de Amnistía con el consiguiente beneficio para el profugo que amenazó con hacer colapsar la legislatura. Un ultimátum que las filas socialistas interpretan como una ruptura de las negociaciones en torno a los Presupuestos de 2025, que condenaría a Moncloa a prorrogar -una vez más- las Cuentas proyectadas para 2023.
Pero que no pasaría de ahí. Porque para el prófugo una moción y un gobierno sin Sánchez seria mucho peor.
Y no les falta razón, porque frente a la inicial hidalguía del líder catalanista la ofensiva los de Puigdemont se han arrugado cuando les han puesto delante el detonador real de la legislatura. «No nos hemos planteado una moción de censura. Hacer algo con Vox es una broma macabra», reconoció hace días el secretario general de Junts,. La declaración responde a la propuesta del líder del PP, Feijóo, quién horas antes planteó a Puigdemont apoyar una posible moción de censura contra el Gobierno con el compromiso de convocar -una vez investido presidente- elecciones generales.
Y es que ese es el problema, una cosa es votar algún asuntillo con Vox y otra participar en un gobierno en el que Vox sea parte interesada. Circunstancia ante la que todos los partidos reculan.
En definida, no es otra cosa que la cínica realidad de la vida política española en la que muy pocos pueden decir lo que son y quiénes son sus socios.