En términos de actividad económica, la trayectoria de crecimiento se ha mantenido sólida, superando de nuevo el horizonte de riesgos que amenazaba con una desaceleración más pronunciada, y evidenciando que la flexibilidad y la capacidad de adaptación son dos de los factores que caracterizan al ciclo actual. En el mismo sentido, la inflación ha continuado encauzada dentro de la hoja de ruta de los principales bancos centrales, tanto en las economías desarrolladas como en la mayoría de los mercados emergentes; progreso positivo, pero que sigue mostrando una transición incompleta. De hecho, una vez establecidas las bases del nuevo marco arancelario global, comienza a hacerse visible que los efectos de las políticas comerciales que emanan de Estados Unidos podrían arrojar un ajuste de precios con amplias divergencias en todo el mundo.
De un lado, el regreso a la meta del 2% parece un escenario factible para la mayoría de las economías desarrolladas; sin embargo, en Estados Unidos cabe esperar que esta convergencia se produzca con un cierto retraso, a medida que el ajuste de los aranceles vaya trasladándose al nivel de precios de manera más evidente. En los mercados emergentes, por su parte, también se prevé un panorama de inflación favorable y contenido, pero el proceso parece menos heterogéneo y bien podría ubicarse más cerca del límite superior de los rangos objetivo de los bancos centrales. Esta dinámica económica e inflacionaria hace que la cautela sea el sesgo dominante, y aunque el ciclo de recortes de tipos interés ha continuado su curso prácticamente en todo el mundo, la dirección y el ritmo de flexibilización puede seguir ofreciendo diferentes interpretaciones respecto a cómo transitar desde la restricción hacia la neutralidad monetaria.
Además, otra de las consecuencias arancelarias es la revelación de un exceso de capacidad de la economía china, cuyo esfuerzo por mantener el dinamismo en sus exportaciones somete al resto del mundo (ex Estados Unidos) a un shock de oferta positivo. Esta dinámica enmascara, a su vez, el riesgo de combinarse con un shock de demanda negativo, a medida que la competencia en precios debilite a las industrias locales y que su transmisión a los mercados laborales deje como incompleto el esperado proceso de recuperación de la demanda interna.
Tras un primer trimestre de acumulación de inventarios y movimientos preventivos por parte del sector privado (positivo para exportadores y negativo para importadores), los datos del segundo trimestre mostraron una cierta reversión a la tendencia previa, pero esta continúa apuntando a una desaceleración cíclica que podría comenzar a verse más claramente en 2026 a medida que se disipa el impulso inercial. Condicionada por estos factores, la previsión de crecimiento del PIB global se ha revisado al alza para 2025, desde el 2,9% de nuestro informe previo1, hasta el 3,1%, mientras que, para 2026, se ha mantenido prácticamente sin cambios, en el entorno del 3,0%. En cuanto a las perspectivas de inflación, prácticamente no varían, y se sitúan en 3,4% y 3,0% para 2025 y 2026, respectivamente. El escenario de base considerado en la previsiones que se presentan en este informe continúa plasmando la idea de central de una desaceleración cíclica y fuerzas inflacionarias más tenues, con un efecto de los aranceles limitado en 2025 y previsiblemente más perceptibles de cara al año próximo.
En cuanto al escenario estresado (de riesgo), este continúa con las tensiones geopolíticas como eje central y la confluencia de shocks de oferta y demanda negativos, lo que retraería en torno a un punto de crecimiento económico global y una dinámica de inflación proyectada con efectos asimétricos por regiones dada la naturaleza del shock. Adicionalmente, y acompañando a los vientos de cola cíclicos que se evidencian desde el plano macroeconómico, cabe destacar que la incertidumbre global ha experimentado un retroceso significativo en los últimos meses. De un lado, a través de la concatenación de acuerdos comerciales que, aunque exponen un entorno global más riguroso, también permiten establecer un marco más claro y estable, y, de otro, de la mano de los acuerdos alcanzados en Oriente Medio.
Por lo tanto, y si bien los riesgos geopolíticos continúan ocupando un lugar central en el mapa de riesgos, la negociación y el establecimiento de acuerdos parecen ser el camino más favorable para resolver las disputas y contribuir a la reducción de riesgos. De hecho, una vez resuelto este conflicto, un posible catalizador al alza que no puede ser completamente descartado emana de la posibilidad de que el clima de mayor estabilidad pueda extenderse a Europa. Sin embargo, las líneas rojas que delimitan el futuro dividendo de la paz necesario para poner fin a ese conflicto continúan, siendo limitadas como para contemplarse dentro del horizonte de previsiones.
