En efecto, el primer síntoma de esta mala situación es la encuesta del CIS, sobre la que me ahorrare todo tipo de comentario, por que no es que sobren es que estamos ante un escándalo mayúsculo de proporciones insospechadas en cualquier pais democrático occidental, pero que le espíritu bananero de don Pedro mantiene como un tesoro.
El segundo, es el incomprensible retraso en el BOE de la ya inútil ley de amnistía, porque salvo error grave lo mas normal es que nunca llegue a aplicarse sobre la persona para la que se pergeño.
Y todo ello tiene su origen en el pavor que los socialistas sienten ante el TS al que no han podido doblegar yu que de momento es la única salvaguarda que queda frente a esa cobarde cesión sanchista que le proporciona al máximo líder los siete votos que permiten ocupar La Moncloa y ais mantener a los miles de paniaguados que como buenos estomagos agradecidos cumplen sus ordenes y le siguen fielmente hasta que el sueldo aguante, y ni un segundo mas.
Y el tercero, la continua defensa numantina de ministros, ministras y ministres de lo bien que lo están haciendo y de la catástrofe que nos espera si la derecha y la ultraderecha llegan al poder
Y ya no digamos nada cuando al líder de la oposición se le ocurre decir aquellos de que «Yo no sé lo que va a pasar desde un punto de vista judicial, si desde el punto de vista ético y político, y es que en mi opinión el presidente del Gobierno no puede seguir siendo presidente del Gobierno. Si la sospecha de corrupción ha conllevado un sumario y una investigación a su entorno, a su familia, el responsable político es quien lo ha permitido».
«Nadie se cree en España que el presidente del Gobierno no supiese las relaciones económicas, empresariales y económicas de su mujer, es imposible. Yo digo que en la Unión Europea no sería posible tener un Primer Ministro que tuviera una mujer investigada en un juzgado».
Para que quisiéramos mas, los ataques de toda la parafernalia mediática dirigida desde La Moncloa no se ha hecho esperar, pero de esa pelicula mas vale no hablar