De la anterior crisis las autoridades financieras salieron con la convicción de que aquello no se podía volver a repetir. Y por ello diseñaron un sistema de rescate interno de las entidades financieras (bail-in, en la jerga), para que nunca más los Estados tuviesen que socializar las pérdidas de los bancos ante nuevas crisis financieras. Un esquema que la crisis de Credit Suisse ha puesto a prueba. Este teórico sistema de rescate interno establece que los accionistas y bonistas de un banco sean los encargados de su rescate ante un cataclismo. Este esquema, conocido como MREL, se divide en tres niveles. El primero que saltaría por los aires ante una crisis lo constituye el capital, llamado CET 1, más las reservas que arrastran los beneficios de años anteriores. Es la primera arma que se activaría en caso de tener que absorber pérdidas rebajando sustancialmente su valor nominal.
En base a las cifras aportadas por las propias entidades, ese CET 1 cuenta con más de 160.000 millones en fondos propios. Las entidades presumen precisamente de unas elevadas ratios de capital. De acuerdo con las normas de Basilea II, las entidades españolas cuentan con una ratio de capital CET 1 fully loaded superior al 12%. En el segundo escalón está el Aditional Tier 1. Se trata de los bonos híbridos o, como se llama en la jerga financiera, cocos (bonos contingentemente convertibles). Estos se convierten en acciones si la ratio del capital de máxima calidad de los bancos cae de un determinado nivel. La banca española cuenta con más de 20.000 millones emitidos en este tipo de bonos. En tercera línea de fuego está el llamado Tier 2, constituido por la deuda subordinada, que en la banca española suma cerca de 30.000 millones.
Las entidades acumulan entre estos tres bloques de seguridad 213.490 millones que podrían absorber pérdidas. La cifra está muy por encima, un 25%, de lo que exige el BCE que, apenas, pide 169.000 millones, por lo que el sector español puede presumir de tener 43.000 millones más que las exigencias del regulador.
Fuera del cómputo quedan otros instrumentos de deuda. Uno de ellos es la deuda senior non secured, un tipo de pasivo que fue creado tras la última crisis financiera. Está justo por encima de la deuda subordinada y por debajo de la deuda sénior tradicional en el orden de prelación a la hora de asumir pérdidas. El esquema impulsado por los reguladores en 2016 contempla incluso que también se puedan ver afectados los dueños de deuda sénior y los depositantes con más de 100.000 euros. Las cantidades por debajo de este umbral estarían blindadas por el Fondo de Garantía de Depósitos. La deuda garantizada, como las cédulas hipotecarias, tampoco se vería afectada. El mero temor de una nueva crisis bancaria ya ha tensionado la cotización de este tipo de deuda. Por ejemplo, los 1.200 millones en cocos que colocó Santander en 2019 han pasado de cotizar a una rentabilidad del 8,5% al 9,1% en pocos días. Los 500 millones de subordinada que vendió el Sabadell han pasado del 5,5% al 7,1%.
Un informe de Citi apunta a otra fortaleza de la banca española en un marco de incertidumbre financiera. Se trata de sus niveles de liquidez, que son unos de los más altos de Europa, con un nivel de cobertura del 193%, en parte por el uso de las líneas de liquidez que ha puesto el BCE a disposición de las entidades en los últimos años. La media en Europa es del 163%, con las entidades suecas y alemanas a la cola, con una ratio de entre el 145% y el 148%. Este mismo informe destaca los elevados niveles de liquidez de la banca europea como una de sus diferencias con la norteamericana, donde esas tasas de cobertura solo existen en los grandes bancos y no en los medianos, como Silicon Valley Bank.