La señal hace que los compradores de gas entren en pánico y la demanda para el invierno dobla su precio en unos días. Veremos qué va a ocurrir cuando el contrato de Gazprom para pasar unos 12 bcm por Ucrania acabe durante el próximo año.
Los europeos, en nuestro afán de ser los más ecológicos, prohibimos frackear nuestro suelo, ¡qué frackeen otros! Nosotros preferimos pagar el doble o cinco veces más y empobrecernos con una inflación endiablada. Por supuesto, nadie parece haber imaginado el caos que viviría Europa si los americanos, en su afán capitalista, no hubieran inventado hace quince años ese sistema para extraer el gas de las rocas.
Si Europa está en decadencia con respecto a los países asiáticos o América, no es porque ellos sean más listos que nosotros, sino porque nuestra civilización, nuestra cultura, nuestros políticos y nuestra sociedad no dejan de dispararse a los pies. Al final no será que no podamos correr, sino más bien que dejaremos de andar.
Los alemanes —supuestamente los más listos, más trabajadores y más avanzados de Europa— cometieron una de las mayores chapuzas energéticas. Primero dijeron: “importaremos casi todas nuestras necesidades de gas de Rusia, nuestro enemigo más notable, que nos lo venderá a un precio ridículo hasta que pongamos en marcha molinos de viento y placas solares para iluminar todo el Continente. No necesitamos regasificadoras, que son muy caras de construir e ineficientes, y tenemos los tubos que pasan por Ucrania, país también fiable, además de los que se están construyendo por el mar Báltico”. Y así, en segundo lugar, decidieron cerrar las nucleares porque “son terriblemente peligrosas y como tendremos hidrógeno a mansalva, podremos calentar nuestras duchas, cocinar con gas y suministrar nuestras industrias con calor a precios ridículos”.
Todos sabemos que esta historia no se ha desarrollado como los verdes alemanes preveían. Ahora están alquilando a precios millonarios barcos de regasificación para no quedarse a oscuras y han puesto en marcha las centrales de carbón que contaminan cuatro veces más que el gas. Me atrevo a decir que la miopía alemana es el vector principal del desastre energético en que estamos y seguiremos en Europa.
Jackie Kennedy nos advirtió hace unos sesenta años tras verse con el presidente De Gaulle, sobre que “los franceses solo se ocupan de ellos mismos”. Nunca mejor dicho. Ni los alemanes pudieron extraer un compromiso de construir el famoso tubo de gas MidCat, que hubiera unido España con Alemania para aprovechar nuestro exceso de capacidad de regasificación y así mejorar la distribución de gas en Europa. En su lugar, supuestamente, construiremos un tubo de hidrógeno que pasará por el mar. Obviamente, todo el mundo sabe lo barato que es construir un tubo marino en 2030, 2040 o 2100 comparado con 150 km de tubo de gas para unirnos con centro Europa y Alemania. No hay color.
Tal vez Macron acierte en algunas cuestiones nacionales, pero no así en el campo energético, donde solo piensa en su país o, en realidad, ni eso. Su ignorancia es notable y además no es sincero: hace un año dijo que el 40% de las centrales nucleares paradas por cuestiones técnicas estarían funcionando a finales de 2022 y aún siguen paradas por fisuras en las calderas o falta de agua en los ríos. Francia, una vez más, expresa así su europeísmo.
Y en España, los políticos no son menos miopes. Obligan a parar las cogeneraciones porque no entienden —o no quieren entender— que bajan la factura energética del país y las emisiones de CO2; no entienden que esta tecnología hace a nuestras industrias más competitivas o, mejor, tan competitivas como nuestros competidores europeos que sí las tienen. Además, piensan que si ha caído un 20% el consumo de gas de nuestras industrias es porque ha mejorado su eficiencia y no porque no son competitivas y se ven obligadas a parar su producción.
En este mundo en que eventos aparentemente no relacionados afectan la economía y el comercio instantáneamente, necesitamos políticos con ideas globales y realistas, no parlanchines para la galería. Recientemente, asistí a una conferencia en Tarragona titulada “el valle del hidrógeno” en la que nos pintaron un futuro mundo ideal, pero a nadie se le ocurrió cuestionar por qué Cataluña es la autonomía con menos construcción de energía renovable. Simplemente, como en Alemania, prefieren un futuro sin molinos de viento que entorpezcan la visión idílica del país. “Hay que volver a la agricultura ecológica y de proximidad”, dicen políticos barceloneses que en su vida han cultivado una lechuga. Es la pescadilla que se muerde la cola. Algún día deberán despertar y cuando lo hagan estaremos condenados a empezar desde mucho más abajo.