Esta es una de las conclusiones del informe realizado por el ex presidente del Banco Central Europeo Draghi, quien propone, entre otras medidas, generalizar el modelo de los fondos europeos post-pandemia financiados con deuda conjunta para dedicarlos a aspectos como I+D, la transición energética o la Defensa. Una posibilidad a la que se oponen los Estados miembros considerados frugales, con Alemania y Holanda a la cabeza, que consideran que la emisión de deuda conjunta europea fue una circunstancia excepcional.
Consciente de las reticencias a las que se enfrenta, Draghi advierte de que ahora las “circunstancias presentes son igual de serias, aunque menos dramáticas” y liga estas emisiones de deuda conjuntas permanentes, pero para financiar proyectos específicos, a unas normas fiscales más robustas que aseguren que las deudas de los Estados son sostenibles. Nada de cheques en blanco. Para entender el desafío al que nos enfrentamos, Draghi asegura que la inversión necesaria corresponde al 4,4%-4,7% del PIB en 2023 mientras que las inversiones llevadas a cabo durante el Plan Marshall entre 1948 y 1951 correspondieron a entre el 1% y el 2% del PIB.
Draghi, además, propone reforzar el mercado de capitales europeos para que la financiación europea dependa menos de los bancos y los ahorros de los europeos puedan financiar al sector privado. Un aspecto en el que ya ahondaba el informe realizado por el ex primer ministro italiano Enrico Letta presentado hace unos meses.
El texto de Draghi presenta a una Europa que comienza a arrastrar los pies frente a China y EE UU. Por un lado, según los datos del BCE, ahora mismo Pekín compite en un porcentaje del 40% con las exportaciones europeas cuando este cifra era tan solo del 25% en 2002 mientras que la posición de las compañías europeas en los denominados sectores del futuro asociados a la transformación digital también está en declive ( solo 4 de las 50 principales empresas tecnológicas están radicadas en el Viejo Continente). En resumen, los Veintisiete están perdiendo el tren de la innovación y, si no lo cogen ahora, después puede ser demasiado tarde. Por eso, el ex presidente del Banco Central pide realizar reformas en otros dominios que abarcan desde la necesaria transformación energética y la lucha contra el cambio climático, la reducción de la fragmentación en el mercado común y la reducción de las dependencias en sectores clave, especialmente en el caso de China y las materias primas necesarias para la fabricación del coche eléctrico. “Europa debería aprender de los fallos que se realizaron en la fase de la hiperglobalización y prepararse para un futuro que cambia rápido”, asegura el texto.
Aunque Draghi no pone en cuestión la lucha contra el cambio climático y el denominado Pacto Verde de la Comisión presidida por Von der Leyen, explica en su texto que este proceso de descarbonización de la economía europea está contribuyendo a gastos adicionales para las empresas europeas frente a sus competidores y que los objetivos de reducción de emisiones deben estar en concordancia con preservar la competitividad de las empresas y una estrategia industrial global. El ex presidente del Banco Central Europeo alerta de que la UE no puede seguir la misma política de EE UU y cerrar las puertas a la tecnología china, ya que sería demasiado costoso, y tampoco puede afrontar una guerra comercial. Pero esto no significa que los europeos puedan limitarse a no hacer nada. Según los pronósticos del Banco Central Europeo, si China invierte con ayudas públicas la misma cantidad en el vehículo eléctrico que en los paneles solares, la producción europea en el sector se desplomará un 70% y el porcentaje del mercado global de los fabricantes europeos se reduciría un 30%. Por eso, Draghi propone una estrategia diferenciada según los sectores y seguir permitiendo importaciones de tecnología en algunos puntos mientras se diversifican los suministradores en otros casos para limitar las dependencias en sectores clave.
En su última parte del informe, Draghi también advierte de que estos cambios deben incluir también una reforma en la gobernanza europea y, propone, entre otras medidas, terminar con la regla de la unanimidad para la toma de decisiones.
Draghi apuesta por relajar las reglas de competencia para permitir la consolidación del mercado en sectores como las teleco; por culminar la Unión de los Mercados de Capitales centralizando la supervisión; por un mayor uso de la contratación conjunta en el sector de defensa; y por una nueva agenda comercial para mejorar la independencia económica de los Veintisiete con políticas alineadas con la industrial y con la de competencia. «Estamos empequeñeciendo frente a la dimensión de los retos», ha advertido el italiano a lo largo de su comparecencia, para añadir que en un mundo cambiante, Europa debe luchar para preservar su existencia. «En la unidad encontraremos la fuerza para las reformas», ha zanjado Draghi, quien ha vuelto a poner sobre la mesa el debate de la deuda mancomunada para atender unas necesidades de inversión «inéditas» en medio siglo.
«Necesitamos tener financiación común, activos comunes», ha apuntado Draghi, quien se ha referido a la necesidad de contar con una evaluación compartida sobre cuáles son los riesgos y las actuaciones necesarias en este ámbito. «Cuanto mejor se aplique el principio de subsidiariedad, de modo más estricto y eficiente, más positivo será para conseguir este objetivo».
El documento de 69 páginas presentado por Mario Draghi constata que la economía europea necesita acometer tres grandes transformaciones para ser competitiva a nivel mundial: acelerar la innovación, abaratar la energía sin renunciar a la descarbonización (sus precios en Europa llegan a quintuplicar los de Estados Unidos) y reducir dependencias estratégicas, incluyendo ese refuerzo de la política de defensa al que ha aludido de forma explícita. Sin embargo, esta estrategia no debe implantarse a cualquier precio, sino que debe ponerse en marcha preservando la inclusión social y el modelo de Estado del bienestar europeo. Estas son dos grandes líneas rojas para la UE desde la pandemia y han marcado una estrategia de salida diferente a la aplicada tras la ‘gran crisis’.